JURÍDICO LATAM
Doctrina
Título:Los radicales del fútbol. Problemas de la ultraviolencia deportiva desde la óptica del Derecho Penal
Autor:Ríos Corbacho, José M.
País:
España
Publicación:Revista Iberoamericana de Derecho Penal y Criminología - Número 1 - Noviembre 2018
Fecha:22-11-2018 Cita:IJ-DXLII-25
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Los recientes acontecimientos de carácter violento que han acontecido en el mundo del fútbol han suscitado que todos sectores vinculados al deporte hayan tomado cartas en el asunto. Desde los gobiernos, las administraciones públicas y tanto el legislador, como la judicatura han puesto en marcha, tanto planes de carácter preventivo, como una mayor punición a la hora de atajar este grave problema que rodea al mundo del deporte, en general, y al planeta fútbol, en particular. El legislador español, a través de la Reforma N° 1/2015 del Código Penal, modificó sustancialmente los preceptos del texto punitivo con el fin de erradicar la cuestión. En este trabajo, se podrán de manifiesto algunas cuestiones tanto sociológicas, como jurídico-penales, que intentarán dar un poco de luz al lector sobre este nocivo problema que envuelve a la sociedad actual y se utilizará como hilo conductor la película “Hooligans”.


I. Introducción
II. Resumen del film
III. Violencia exógena: los espectáculos públicos y el Derecho Penal
IV. Tipos de aficionados
V. Explicaciones neurocientíficas y evolutivas del problema
VI. Conclusiones
VII. Excurso: muerte en el Calderón
VIII. Bibliografía
Notas

Los radicales del fútbol

Problemas de la ultraviolencia deportiva desde la óptica del Derecho Penal*

Por José Manuel Ríos Corbacho

I. Introducción [arriba] 

El suceso violento acaecido entre las aficiones que tuvo lugar el día 30 de noviembre de 2014, en las inmediaciones del estadio Vicente Calderón, previo a la disputa del partido entre el Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña, y que se saldó con la muerte de uno de los hinchas participantes en dicha pelea, es uno más en la lista de riesgos que rodean al deporte, y en particular al fútbol, estableciendo un peligro para el mantenimiento de este no solo como un deporte sano, sino también como fuente de ocio, de progreso económico y de cohesión social. Es en ese escenario, donde el análisis de la cultura violenta en el fútbol requiere de un enfoque interdisciplinar, que es el que aspiramos mostrar en este trabajo, haciendo referencia tanto a las causas sociales, psicológicas, como también a la respuesta jurídica que ofrece el Derecho Penal.

El deporte actual aparece como un reflejo microcósmico del proceso civilizador general que advirtieron nuestras sociedades.[1] Se trata del mismo proceso civilizador que el sucedido en el Derecho victimal[2], proceso civilizador al que la humanidad se viene incorporando gradualmente en su evolución cultural.

No obstante, ha sido una constante destacar varios aspectos de dudosa moralidad de la que no se ha librado el deporte. Sobresale en este sentido, su analogía con la guerra y el que algunas de las disciplinas deportivas incluyan e incluso provoquen violencia entre sus practicantes y aficionados.[3] Por ello, no es de extrañar que el deporte haya sido calificado como un ejercicio de guerra sublimado y ritualizado. Muchas disciplinas deportivas pueden ser caracterizadas, utilizando la expresión de Robert Simo[4], como "miniaturizaciones de la guerra”; y como señala Russell: lo paradójico del deporte y su conexión con la violencia es que: “fuera de los tiempos de guerra, el deporte es quizá el único escenario en el cual los actos de agresión interpersonal no solo son tolerados, sino aplaudidos con entusiasmo por un gran segmento de la sociedad”.[5]

En el deporte (al menos en algunas de sus disciplinas) y en la guerra, está implicada la cultura de la violencia. En efecto, en algunos deportes, y no los menos populares precisamente, la violencia no solo está permitida, sino que incluso se promueve como instrumento para alcanzar el fin deseado: la victoria. Dada la relevancia de estos factores (conflicto, estrategia y violencia) en el deporte, no es extraño que las crónicas deportivas de los periódicos estén repletas de metáforas bélicas: "conquista", "batalla", "muertes", "destrucción", "victoria", "honor", "prestigio".[6] Los deportistas, pero también los periodistas y la afición, experimentan emociones extremas a través de esas expresiones de violencia y de espíritu guerrero. Y ese carácter se ha trasladado muchas veces a las aficiones de los diferentes equipos.

Ahora bien, aunque la violencia parece formar parte de la práctica deportiva, sería equivocado extender el juicio a todas las modalidades deportivas. La violencia sería el componente físico de la agresión. En este caso, la definición de violencia en el deporte es caracterizada como una conducta de hacer daño, que no está relacionada directamente con las metas competitivas del deporte en sí, sino que supone y provoca incidentes de agresión fuera de las reglas del deporte, saltándose los límites del comportamiento competitivo permitido por las reglas.[7]

La versión del deporte que interesa es la del deporte de élite o profesional, a la cual otros autores denominan deporte-espectáculo. La segunda y necesaria aclaración es relativa al tipo de violencia que existe. En este sentido, se puede distinguir entre violencia endógena y exógena, aunque por otro lado puedan estar vinculadas en el sentido de que se potencian recíprocamente.[8] La primera tiene lugar en el seno del propio deporte, tal y como está prevista y regulada en los códigos que rigen su práctica (así también la violencia ejercida eventualmente en infracción de dichas reglas). La segunda, violencia exógena, es la violencia ejercida por los hinchas con relación al deporte. No cabe duda de que en la actualidad, este segundo tipo de violencia constituye un problema social de primer orden. La atención a este tipo de violencia es crítica para el mantenimiento del deporte espectáculo. Así, algún autor ha planteado que: “El espectador se dice que es el auténtico protagonista del espectáculo deportivo en lo que a los desórdenes públicos acontece. Parece baladí la máxima de que sin espectadores existe el espectáculo deportivo, puesto que hoy en día no es solo protagonista el propio deportista, sino que las aficiones, las apuestas y todo el mercantilismo, sentimental, económico y deportivo, que rodea al mundo del deporte han hecho que el asistente al espectáculo sea muy importante en esta ecuación. Este representa, en no pocas ocasiones, un papel trágico en virtud de la multitud de los procederes agresivos que convierten al evento deportivo en una “tragedia griega”.[9]

Por desgracia, son muchos los episodios de violencia acontecidos en los últimos años, aunque quizá los más famosos sean la tragedia del estadio de Heysel o las muertes violentas de aficionados rivales: el 29 de mayo de 1985, poco antes de comenzar la final del la Copa de Europa, que enfrentaba a la Juventus de Turín y al Liverpool, murieron 39 seguidores del equipo italiano y otros 600 resultaron heridos, a raíz de la avalancha de seguidores del Liverpool.[10] En 1998, murió Aitor Zabaleta, seguidor de la Real Sociedad, a causa del acuchillamiento perpetrado por un seguidor del Atlético de Madrid.[11] Un episodio similar tuvo entre sus protagonistas a un seguidor del Espanyol, muerto a manos de varios "Boixos Nois", seguidores radicales del Barcelona FC. Por cierto que cuando se habla de este tipo de violencia en el deporte, hay que señalar que suele concentrarse en el fútbol. Más allá de estas referencias, datos recogidos en España entre los años 1975 y 1985 muestran que durante esos diez años, se produjeron 6011 actos violentos, el 90 % de los cuales estaba relacionado directamente con el fútbol. La causa más frecuente de la violencia es la agresión producida entre los propios jugadores. El 30 % del total consistía en lanzar objetos al terreno de juego. Este dato es importante porque en Europa, entre 1980 y 1985, hubo 42 muertos debido al impacto recibido por algún objeto lanzado desde el graderío. El 10 % fueron agresiones al árbitro.[12]

Así, no toda la violencia exógena aparece con las mismas circunstancias. En ocasiones, la violencia exógena que surge entre los espectadores tiene causas espontáneas y el resultado dañino que se puede producir no obedece a un plan previo o la existencia de un grupo orquestado que tenga entre sus fines dañar a los aficionados rivales. No será este el tipo violencia exógena que nos preocupe. La que constituye nuestro objeto de análisis es la producida por grupos organizados de aficionados. Será esta modalidad de violencia la que centrará nuestro análisis (y que es precisamente la que parece haberse dado en la desgraciada pelea ocurrida en los alrededores del estadio Vicente Calderón), la que se refleja en las películas "Diario de un hooligan" y "Hooligans", vista aquella desde un punto de vista cinematográfico. No es casualidad que se hayan producido dos películas similares sobre un mismo tema en Gran Bretaña, país donde el fenómeno del hooliganismo ha sido tan notable.[13] Ambas películas centran su atención en las bandas de aficionados violentos vinculadas a equipos ingleses. Ambos filmes recogen conclusiones que aparecen en la mayoría de las investigaciones sociales sobre los hooligans, y es que las causas de esa violencia se remiten a factores externos al fútbol: la extracción social, resentimientos personales y sociales, la educación fallida, familias desestructuradas, faltas de expectativas laborales, etc. Algunos estudios vinculan el hooliganismo con el propio desarrollo del sistema capitalista. Otros establecen una relación entre esas bandas y su instrumentalización por los dirigentes de los clubes de fútbol. Así, según el periodista argentino Amílcar Romero, la causa última sería el capitalismo:

"El fútbol es el deporte por excelencia del capitalismo. Con esta semántica tan sencilla, que representa mejor que ninguna la semántica de lo que es el sistema. La violencia aparece en la década del 60, cuando aparece la sociedad de consumo y se da el retiro de la clase obrera, ortodoxamente hablando, del fútbol y aparece la clase media, y ahí aparece el violentismo".[14]

Hay un cierto consenso en señalar que la violencia ejercida por los hooligans no es producida por el deporte en sí mismo.[15] Con su habitual brillantez, el maestro Eduardo Galeano señala:

”Yo siempre digo que el pañuelo no tiene la culpa de las lágrimas. Al pañuelo van a para las lágrimas, pero no vienen del pañuelo. Y con la violencia pasa lo mismo: la violencia no viene del fútbol, va a aparecer al fútbol. Pero el fútbol no es en sí un deporte violento".[16]

El fútbol, desde este punto de vista, sería simplemente un elemento canalizador de la violencia. En el caso español, hacia los años 90 del pasado siglo, se creó una Comisión Investigadora del Senado para estudiar cuáles eran los factores que facilitaban que se produjera la violencia en el deporte.[17] Mediante una encuesta realizada a una amplia muestra multidisciplinar de sujetos, encontraron que eran cinco los factores relacionados con la violencia en el deporte:

1) El fanatismo y el culto a la violencia. Esto se refiere a que hay personas y en especial grupos para los cuales el deporte supone un medio donde canalizar sus actitudes y comportamientos agresivos.

2) Los problemas estructurales de la sociedad. Es decir, la falta de cultura, la conflictividad y el estrés ambiental que se produce especialmente en las grandes ciudades, las desigualdades sociales y económicas (a veces, hay equipos cuyos seguidores tienen un estatus socioeconómico superior o inferior a sus rivales), etcétera.

3) La tolerancia social. El que este comportamiento se produzca en un contexto deportivo está socialmente más aceptado que si se produce en otro tipo de contexto.

4) La influencia de los medios de comunicación. Existe acuerdo por parte de la población en que la forma que tienen los medios de comunicación de tratar la violencia en el deporte no es la más adecuada y que incluso podría llegar a facilitar que se produzca y/o mantenga.

5) Este último punto en realidad se refiere a dos cuestiones: el mal estado de las infraestructuras (por ejemplo, la catástrofe del estadio de Heysel podría haberse reducido, si los seguidores hubieran tenido medios de escape de la avalancha), y la mala actuación de los árbitros.[18]

Por eso, no es extraño que en ambas películas, los hooligans no lleven ningún elemento que los identifique como seguidores de un equipo, apenas hay escenas dentro de los estadios, ninguna referencia a los bienes internos que desarrolla el equipo de fútbol o los jugadores, y quizá lo más importante: toda la violencia se produce fuera de los estadios. Así, se destaca en estas películas el interés por mostrar cómo estas bandas están compuestas por jóvenes cuyas vidas giran en torno al fin de semana. Los días laborables son un triste y cansino paréntesis que hay que pasar para llegar en la mejor de las condiciones físicas al partido de fútbol del sábado. Aunque ni siquiera el partido o el equipo es lo central para ellos. Lo que vehicula sus vidas es la pertenencia a una banda y el odio hacia las rivales. Las bandas apoyan y se cohesionan alrededor de un equipo de fútbol, pero esto es casi circunstancial. No se percibe ningún interés por el resultado de los partidos, por el desempeño en la liga, si el equipo juega bien o juega mal, si se sigue una determinada estrategia o política deportiva...Todo gira en torno al grupo y los preparativos para la batalla semanal con la banda del equipo rival.

Un análisis exhaustivo de estos grupos de hooligans y de la violencia en el deporte es imposible que pueda ser abarcado en un trabajo de esta naturaleza. En lo que sigue, nuestra perspectiva se centrará en: el tratamiento jurídico-penal de esta violencia en España, los distintos tipos de aficionados y, por ende, el aficionado violento. En el examen de este tipo de aficionado que actúa en grupo, se incidirá en la explicación que la Neurociencia ofrece en la actualidad. Con esta perspectiva, se pretende incidir en los factores psicológicos grupales que conducen a un aficionado partidista a convertirse en uno violento. En todo caso, todo este análisis tomará como excusa la película "Hooligans", la cual se pasa a resumir a continuación.

II. Resumen del film [arriba] 

La película “Hooligans” es junto con “The football Factory” (Nick Love, 2004) e “I.C” (Philip Davis, 1995) una de las películas que abandera ese género de violencia en el fútbol, digna heredera, en su virtud de extrema violencia mezclada con alcohol y una vida irregular, de lo que puede identificarse como el “legado mecánico”; esto es, los filmes que han aparecido a partir del “La Naranja Mecánica” (Stanley Kubrick, 1971), como son “Trainspotting” (Daniel Boyle, 1996), “El club de la lucha” (David Fincher, 1999), “American History X” (Tony Kaye, 1998) y “Asesinos natos” (Oliver Stone, 1994), entre otras, si bien dentro de la especialidad de esa violencia deportiva que ha generado también una subespecie de cine cuyo denominador común es la violencia.

La película posee un protagonista principal, Matt Buckner, un estudiante de periodismo en la Universidad de Harvard que es expulsado injustamente al ser culpado por posesión de droga, la cual era de su compañero de cuarto (Jeremy Van Holden), quien la escondía entre sus pertenencias. Temiendo por el poder político del padre de su compañero, acepta los cargos y se marcha de la institución. A continuación, viaja a Londres para ver a su hermana (Shannon Buckner); al llegar, conoce al hijo y esposo de esta (Steve Dunham), quien a su vez le presenta a su hermano, un joven inglés rebelde y simpático de nombre Pete, quien acepta llevar a Matt a un partido de fútbol a petición de Steve. Finalmente, y a regañadientes, llegan al pub donde el inglés y sus amigos tenían sus reuniones y borracheras antes de los partidos. Ahí, conoce al resto del grupo, entre ellos Bovver, la mano derecha de Pete, quien no recibe de buena forma al joven por su procedencia. Con estos datos, puede apreciarse que el desarrollo de la trama va a circunscribirse al fenómeno del hooliganismo, que es lo que el director pretende hacer ver al espectador: el hecho de cómo viven y se comportan estos radicales del fútbol.

El fenómeno hooligan tuvo su desarrollo más amplio en Gran Bretaña durante la década de los 60, para exportarse, posteriormente, por la influencia de las competiciones internacionales, a otros países europeos; no obstante, pese a que este movimiento parece algo relativamente novedoso, eso no es del todo cierto. Según parece, el origen del vocablo británico se atribuye a un informe de la policía de Londres que data de 1898 que, a su vez, fue publicado en el Times. Fue definido por dicho medio como: “una monstruosa excrecencia de nuestra civilización”; pese a ello, parece que la naturaleza del término viene por un relevante trabajo de Bill Buffor, titulado “Entre vándalos”, donde apareció acuñada la palabra “hooliganismo”, apuntando, dentro de una crisis seria del capitalismo, a los grupos “esquineros” que atacaban al anochecer a las jovencitas, con el ánimo de agredirlas sexualmente o de robarles. Pese a ello, la historia real no parece estar cargada de tanto simbolismo, pudiendo tacharse de una mayor simplicidad. Así, parece que el origen se remonta al último cuarto de siglo XIX, donde el deporte rey atraía a las multitudes en Inglaterra; en esta coyuntura, apareció un ciudadano de origen irlandés llamado Edward Hooligan, residente de la zona norte de Londres, donde vivía la inmensa mayoría de los delincuentes. Dada su afición a asistir a grandes concentraciones ocasionadas por el fútbol, básicamente los sábados por la tarde, para darse de golpes con cualquiera, sin que le importara el resultado final del partido, su fama fue llegando a todos los rincones de la ciudad y se le calificó como borracho, pendenciero y haragán, entendiéndose de esta manera, que quien reunía esa variedad de adjetivos sería un “hooligan”.[19] Junto a todo lo anterior, el famoso ajuste económico de los años 60, donde se producían auténticos guetos de empobrecidos, hizo que en algunas ciudades se reprodujesen situaciones extremadamente violentas. En ese contexto, no era extraño que los algunos sujetos trataran de afrontar dicha situación con el alcohol, generándose una situación cultural de tales perfiles que incluso el stablishment nombró a toda esta miríada de ciudadanos que reunían esas negativas condiciones con el apellido del aficionado irlandés.

En el ámbito deportivo, hay que significar el mundial de fútbol celebrado en Inglaterra en 1966. En este campeonato, aparecieron grupos de aficionados ingleses violentos, que detestaban el apelativo de hooligans por todo lo que ello sugería, apodándose a sí mismos “The Firm” (La Firma), en el sentido de definirse como un grupo, en el más puro sentido comercial del término, que busca financiarse sus traslados y resto de actividades, siendo peculiares, por cuanto que de vez en cuando, se producía algún muerto por su mano, siendo costumbre el hecho de dejar en el cuerpo de la víctima una tarjeta en la que aparecía el autógrafo del responsable de la conducta criminal.

También, puede advertirse que el significado de la palabra “hooligan” se define por el Oxford Dictionary como: “persona joven alborotadora y ruidosa que a menudo se comporta de forma violenta y destructiva; joven gamberro (thug) o rufián”. Pese a ello, desde hace unos 30 años, con la proliferación de la violencia en los estadios, “hooligans” se ha convertido en sinónimo de gamberro del fútbol que actúa en los grupos o bandas.

En la composición social del hooliganismo inglés, destaca la inclusión de adolescentes que pertenecen a las capas bajas de la clase obrera[20], sujetos que normalmente trabajan como aprendices en alguna ocupación manual que no requiere gran calificación y que incluso pueden ser desempleados; junto a esto, su nivel académico es bajo e incluso pueden ser jóvenes que hayan sido expulsados del colegio. No obstante, en el film, se ve a dos de los protagonistas de la banda con un perfil muy distinto: el líder es un profesor de colegio y otro de los miembros trabaja en las líneas aéreas.

Hay que señalar que la prensa califica a los Hooligans como el terror de las gradas, estigmatizándolos como bárbaros, ya que alteran el orden establecido y, normalmente, van vestidos con atuendos extraños. Estos jóvenes vinculados a las bandas pretenden, mediante un comportamiento alternativo o cruel, obtener cierta autonomía o identidad propia, dentro de una sociedad neoliberal que induce a la homogeneidad y la docilidad. De este modo, dichos sujetos van al estadio atraídos por la diversión, la bebida, la excitación del juego y, como no puede ser de otra manera, por el placer que les representa la violencia como si de una droga se tratase.[21] El agrado por la agresión y la violencia simbólica o física entre los miembros de los grupos ultras puede convertirse en una adicción[22] por la adrenalina que desata. Además, la política tiene mucho que decir en el fenómeno hooligan, tanto que una vez analizados estos con técnicas etológicas, se descubrió que la conducta de esos hinchas ultras se volvió más violenta y llegó a desbordar los estadios. En la actualidad, ya no se suceden en Inglaterra esos episodios tan graves de violencia dentro de los campos de fútbol, ahora aparecen fuera de ellos, donde los grupos violentos han de estar mejor organizados, provocando que el Estado deba encontrarse más al tanto de estas situaciones, a efectos de prevenirlos y suprimirlos, realizando unas políticas de seguridad ciudadana que afiancen entre los ciudadanos el eficaz y completo goce de sus derechos.

En la primera escena de la película, aparece una pelea entre bandas: la protagonista del West Ham United y otra de un equipo rival, pudiendo aquí imputarse a los miembros de estas el delito de participación en riña. Esta circunstancia se repetirá a lo largo del film en reiteradas ocasiones (por ejemplo, un desplazamiento que hacen los hooligans del West Ham a Manchester, donde vuelve a aparecer una “participación en riña” del art. 154 C.P.); por lo que se observan los requisitos establecidos en la temática jurídica de este trabajo, esto es, sujetos que riñen entre sí, acometiéndose tumultuariamente, y utilizando medios o instrumentos que ponen en peligro la vida o la integridad de las personas, siendo castigadas con la pena de tres meses a un año o multa de seis a veinticuatro meses.

Definitivamente, y pese a una discusión entre Pete y Matt, asisten al primer partido de este en el Reino Unido y tras una revuelta, el americano -como se le comienza a llamar al protagonista principal-, es introducido en el mundo del hooliganismo inglés. El líder de la banda le explica en qué consiste y le menciona que las pandillas de Hooligans son conocidas como "firmas", aquella a la que ellos pertenecen es una de las de mayor reputación, la "GSE" (Green Street Elite), cuyo equipo al que apoyan es el de los Hummers.

A la salida del estadio, en sus alrededores, se produce una pelea, con motivo de espectáculo deportivo, por lo que se le podría aplicar el delito de desórdenes públicos que aparece en el art. 558 C.P., ya que existen varios sujetos que se confrontan, provocando una alteración del la paz pública y, por ende, del orden público que es el objeto jurídico de protección de este ilícito cuando se produce con ocasión de espectáculos públicos. La pena a imponer por este delito sería la de un grado más sobre el tipo básico, o sea de un año y nueve meses a 3 años, más una posible pena de privación de acudir a los eventos o espectáculos de la misma naturaleza por un tiempo superior, hasta tres años a la pena de prisión impuesta. Tras varias peleas y múltiples partidos, Matt se gana finalmente la confianza de todos los miembros de la firma, incluyendo la de Bovver; sin embargo, todo se arruinará al descubrirse que los estudios que realizaba eran de periodista. El problema concierne en que las pandillas de Hooligans odiaban a los policías, americanos y periodistas, al considerárselos a estos últimos un montón de sabandijas que harían cualquier cosa por llenar un tabloide; Matt, a sabiendas de esto y por ser americano, mintió sobre su vocación, haciéndose pasar por maestro de historia. La "GSE" lo considera un traidor e infiltrado, por lo que van a encararlo al pub en donde se encontraba Matt en una charla con el esposo de su hermana, Steve, quien tras descubrir de la misma forma que los demás su profesión, y conociendo el peligro que le aguarda, asiste para ayudarle; de esta forma, le revela que él es "El Mayor", el antiguo líder de la firma quien la llevó a su máximo esplendor, pero se retiró tras una pelea con Millwall, el equipo rival, en la que falleció aplastado por las botas de los "martillos" (Hummers) el hijo de su líder, Tommy Hatcher y quien prometió vengarse de Steve.

Tras una discusión, Pete acepta perdonar a Matt aún cuando Bovver no está de acuerdo, por lo que este se marcha enfurecido con rumbo a Millwall. Ahí, busca a Tommy Hatcher, a quien le pide que acabe con el americano. Este, burlándose, le pregunta por qué hacerle aquel favor; a lo que Bovver contesta que ahí se encuentra su máximo rival, "El Mayor". Los hooligans del Millwall atacan a la "GSE" en el pub, provocando una enorme pelea y un incendio en el lugar que terminará con Steve lastimado por una botella rota, que Tommy clava en su cuello.

En este caso, a la hora de la aplicación en la pelea sobre una riña tumultuaria, existe la posibilidad de aplicar la concreción del sujeto activo, como es el jefe de los abanderados del Millwall, puesto que puede determinarse perfectamente el autor de las lesiones y por tanto, debería ser castigado por dicho delito. De esta manera, además de que en general se podría aplicar el delito de riña tumultuaria, Tommy Hatcher sería culpable de delito de lesiones, puesto que se pueden aplicar los requisitos objetivos de dicho tipo: una primera asistencia facultativa y un tratamiento médico o quirúrgico. Se observa en la cinta que se llevan al “Mayor” al hospital, cumpliéndose lógicamente con los requisitos antedichos; es más, también se utiliza un arma o instrumento peligroso, como es la botella rota, por lo que podía incluirse dentro del art. 148 C.P., que castiga esa lesión con dos a cinco años de prisión.

De esta escena, se entresaca que la intención del agresor es la de matar al antiguo jefe de la GSG, por lo que aparece la figura de la tentativa (art. 15 C.P.) de homicidio (art.138 C.P.), que se castigaría como agravada con un grado menos que la pena del delito consumado, por lo que le correspondería desde doce años y seis meses a quince años. A la hora de afianzar esta solución, se debe advertir que la distinción entre las lesiones consumadas y la tentativa de homicidio supone siempre el dolo de matar, lo que obviamente falta en el delito de lesiones; en la práctica, es difícil discernir uno de otro caso; es más, el Tribunal Supremo recure a criterios puramente procesales que funcionan como “indicadores” de la intención del sujeto, como la naturaleza del arma empleada, la dirección de las heridas, además de intentar sistematizar estos criterios, acudiendo para ello a signos objetivos anteriores a la acción, como es el hecho de proferir amenazas, la propia personalidad del agresor y la relación entre ambos; igualmente, hay que tener en consideración la región corporal afectada por la acción ilícita, las manifestaciones de los contendientes y la reiteración de actos agresivos. Con todo, el Tribunal Supremo destaca que estos criterios son complementarios y meramente indicativos de la intención del sujeto, por lo que en el fondo se convierte en un problema de la libre valoración de la prueba.[23]

Ya en el hospital, Bovver se arrepiente y pide perdón, siendo reprimido y abandonado por Pete, quien molesto decide enfrentarse a la firma rival y terminar con la rivalidad de una vez por todas. Shannon decide marcharse de Londres por miedo y debido también a la promesa que le había hecho a su marido de que si este regresaba a las peleas, le abandonaría. Pete le indica a Matt que debe irse con su hermana, pues lo único que ha provocado son problemas en la firma. Al otro día, ya de camino a la pelea, Matt escapa de la casa ya desalojada de su hermana para alcanzar a sus amigos en la pelea, quienes con un silencio y sonrisa le reciben en la batalla final. Así, se da comienzo a la lucha en la que Pete y Tommy, los líderes, se enfrentan en medio de la masacre; en ese instante, Shanon, preocupada, llega al lugar en su camioneta, con su hijo, en busca de su hermano. Al verla, Tommy, manda a Big Marc, su mano derecha, para que acabe con la familia de Steve. Al ver esto, Pete, aún encontrándose malherido de una pierna, le comenta a Matt que debe proteger a su familia, yendo este a hacerle frente a Bic Marc, siendo ayudado repentinamente por Bovver, quien llega en un acto de redención. Tommy se dispone a ir a pelear con los dos, siendo interrumpido por Pete, quien comienza a decirle que la muerte de su hijo fue culpa suya. El enfurecido líder de Millwall se lanza sobre él, dándole múltiples golpes en la cara, haciendo que su cabeza rebote contra el suelo, acabando así de matarlo.

Aquí, Tommy Hatcher es sujeto activo de un delito de homicidio, por el que también se le podría imponer una pena de 10 a 15 años. Por ello, para este sujeto, habría un concurso real entre dos delitos de riña tumultuaria, una tentativa de homicidio y un homicidio consumado, cuyas penas tendrían que ser establecidas según el art. 76 C.P. El resto de la pelea se interrumpe para separar a Tommy Hatcher, enloquecido, del cuerpo inerte del "Nuevo Mayor", llegando Bovver a llorar sobre este, quien más que su jefe, era su mejor amigo. Matt se marcha llorando en la camioneta acompañado de su hermana y sobrino sanos y a salvo. Steve recibe la noticia en el hospital y enloquece. Finalmente, ya en Estados Unidos, Matt engaña a Van Holden, su viejo compañero, extrayéndole su confesión de que era el culpable del delito que se le había atribuido en el pasado. En virtud de estos nuevos datos, es readmitido en Harvard, terminando así la película con el americano cantando uno de los cánticos tradicionales de la hinchada del West Ham United en las calles de su país.

III. Violencia exógena: los espectáculos públicos y el Derecho Penal [arriba] 

En las películas escogidas para tratar este tema, son recurrentes las escenas donde las bandas se preparan para las peleas de fin de semana. Se reúnen en un pub, analizan la zona donde se producirá la refriega, se evalúa la fuerza del rival y finalmente, se organizan para el ataque. El resultado suele ser una lucha desordenada, caótica y relativamente breve, donde son frecuentes las lesiones por puñetazos, cabezazos y eventualmente por arma blanca. En España y en otros países sudamericanos, como se ha señalado antes, hay grupos de parecidas características, aunque varía el grado de peligrosidad y actividad.

¿Cómo responde la sociedad ante este relativamente nuevo fenómeno asociado a las bandas violentas, que bajo el manto de apoyar a un club deportivo, ejercen violencia grupal? La progresiva conciencia social de este problema ha llevado a ensayar medidas educativas, sociales, psicológicas, etc., pero que con ese tipo de personas no suele resultar suficiente. Dada la gravedad de los daños y el peligro para la convivencia social, también se han tomado medidas sancionatorias deportivas, pero que también se han revelado ineficaces. Por último, se hace uso del Derecho Penal.[24] Ahora bien, la tipificación y la sanción de tales actos vandálicos producidos por los grupos de aficionados presentan varios problemas.

Aficionados a los clubes han existido desde que estos se fundaron en el siglo pasado. Pero la aparición de los grupos violentos en España no es tan lejana en el tiempo. Grupos como los "Ultrasur", los "Boixos Nois" y otros que apoyan a otros equipos de fútbol han adquirido notoriedad en los dos o tres últimos decenios. Es más, progresivamente han ido perfeccionado y sofisticando sus formas de actuación. Como síntoma de este fenómeno, recientemente se informó en los medios de comunicación de que integrantes de los Ultra Sur, el grupo violento que apoya al Real Madrid, habían viajado a Buenos Aires a "aprender" técnicas desarrolladas por las barras bravas argentinas, que en este ámbito están más desarrolladas que los grupos españoles. Recuérdese que el número de fallecidos por violencia en el fútbol argentino es altísima. Un remedio al que se ha apelado recientemente es el Derecho Penal que, en el caso español, recoge dos arts.: 557 y 558[25], destinados a prevenir y eventualmente castigar la violencia exógena en el deporte.

Para entender mejor cuál es la respuesta penal, vale la pena examinar la Sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid de 28 de noviembre de 2005, que enjuicia un caso de violencia que bien podría haber aparecido en alguna de las películas de referencia. Los hechos versan sobre la agresión de más de veinte personas contra seguidores de un equipo de fútbol en plena calle, causando importantes destrozos y lesiones a una mujer. Tales resultados tuvieron lugar como consecuencia del partido de fútbol que disputaron en Madrid los equipos del Atlético de Madrid y la Real Sociedad, a la finalización del cual seguidores del equipo local persiguieron y atacaron a los del equipo visitante. La sentencia relata, de una forma muy detallada y clarificadora, los siguientes hechos probados: “se produce un ataque colectivo por parte de un grupo de unas veinte o veinticinco personas a un grupo de ciudadanos cuya única intención es asistir a un espectáculo deportivo para animar al equipo de fútbol del que son seguidores y ese ataque tiene lugar de una manera especialmente virulenta y agresiva (...)". La Audiencia condenó a ocho de los acusados como autores de un delito de desórdenes públicos, concurriendo la atenuante analógica de dilaciones indebidas, a la pena para cada uno de ellos de un año y ocho meses de prisión, inhabilitación especial para el ejercicio del derecho de sufragio pasivo durante el mismo tiempo y a que indemnizaran de forma conjunta y solidaria a la lesionada con 630 euros. Los hechos declarados probados fueron considerados constitutivos de un delito de desórdenes públicos previsto en el art. 557 del Código Penal, que requiere para su existencia: un sujeto activo plural, una alteración del orden público, que ha de producirse bien causando lesiones a las personas, daños en las propiedades, obstaculizando las vías públicas o los accesos a las mismas de manera peligrosa para los que circulan por ellas o invadiendo instalaciones o edificios, y por último, una finalidad de atentar contra la paz pública.

En principio, la calificación de los hechos descritos con lo establecido en el art. 557 no parece de especial dificultad. Pero la exigencia que introduce el legislador de que para que haya delito, el grupo autor de los daños actúe con una cierta finalidad de atentar contra la paz pública dificulta su aplicación. Dicho de otra manera, además de producir lesiones a las personas, daños en las propiedades, obstaculizando las vías públicas o los accesos a las mismas de manera peligrosa para los que circulen por ellas o invadiendo instalaciones o edificios y de que se establezca el dolo genérico de alterar el orden público, se requiere un específico elemento subjetivo del injusto, definido como “tendencia interna intensificada” o “elemento tendencial interno trascendente”. Resulta fundamental en el delito de desórdenes públicos el elemento teleológico o finalidad de atentar contra la paz pública, o lo que es lo mismo: “afectar el normal desarrollo de la vida ciudadana produciendo el peligro de alarma generalizada”. Esta intención es de suma importancia, pues aunque se den los elementos objetivos del tipo, es decir, se produzcan en grupo alteraciones del orden produciendo alguno de los resultados descritos en el art. 557.1, los hechos pueden no ser constitutivos de delito, si falta ese elemento teleológico.

No cabe duda de que la principal dificultad en esta clase de delitos tendenciales radica precisamente en probar ese ánimo o motivación de atentar contra la paz pública. En caso de que no exista reconocimiento expreso por parte de los sujetos activos, dicha finalidad deberá deducirse de la propia dinámica de los hechos. Añade al respecto la citada Sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid de 28 de noviembre de 2005, que “a falta de reconocimiento expreso de los autores del delito, de los hechos que estos han llevado a cabo y de ellos, en este caso, sin duda se desprende que existía ese ánimo, puesto que se produce un ataque en grupo y generalizado hacia unos ciudadanos que se han desplazado a Madrid, siguiendo al equipo de fútbol del que son aficionados, que van muchos de ellos con bufandas, gorros, camisetas u otras prendas que les identifican como seguidores de dicho club, llevando también alguno de ellos la bandera de la comunidad autónoma de la que proceden, cantando y que de forma inopinada se ven atacados por un grupo de unas veinte o veinticinco personas que con violencia les agreden, insultan y amenazan”.

Pero el interés de esta sentencia no finaliza aquí, sino que aclara, con gran acierto, que no es un requisito de esta figura delictiva que “todos los sujetos activos se hayan puesto previamente de acuerdo, sino que solo exige que se actúe en grupo, pudiendo surgir el acuerdo de forma improvisada y en el momento, es decir, cuando se observa que un grupo de personas inicia la acción delictiva puede surgir en ese momento el acuerdo de otros de los que están presentes para unirse a dicha acción, que es lo que puede afirmarse que ha ocurrido en este caso respecto de alguno de los acusados. Así, no todos los acusados se conocen entre sí ni está acreditado que con anterioridad a que tuvieran lugar los hechos se concertaran para llevar a cabo los mismos, pero lo que sí está acreditado es que cuando una serie de personas, aquellas que descienden de unos vehículos y que de forma coordinada y en unión de otros más se dirigen hacia el grupo de seguidores de la Real Sociedad, todos los acusados a los que se ha hecho referencia en el relato de hechos probados aprovechan para unirse a ese grupo y participar en las agresiones”.

Sin duda, otro importante problema probatorio que plantea este tipo de delitos es la actuación en grupo, esto es, determinar la clase de intervención que ha tenido en los hechos cada uno de los sujetos activos, lo que puede plantear problemas de autoría y participación.

En consecuencia, esta sentencia es distinguida porque nos permite ver con claridad los problemas que pueden surgir a la hora de juzgar la violencia de este tipo de bandas.

Por otro lado, la sentencia es relevante porque justifica la intervención del Derecho Penal sobre la base de que: “los hechos no pueden ser minimizados ni ser considerados como enfrentamientos normales entre aficionados de equipos de fútbol rivales, puesto que no solo no pueden ser considerados normales los enfrentamientos con violencia entre aficiones de equipos rivales, sino que en este caso no existió de principio ese enfrentamiento, sino un ataque de unas personas, de las que al menos se sabe que los acusados sí eran seguidores del Atlético de Madrid, sin que pueda afirmarse con certeza que lo fueran todos los que participaron en dicha agresión contra un grupo de seguidores de la Real Sociedad”.[26] La sentencia realiza también una diferenciación con la falta de desórdenes públicos tipificada en el extinto art. 633 del Código Penal, argumentando “que tampoco puede considerarse que los hechos constituyen simplemente una falta de desórdenes públicos o de lesiones, atendiendo a determinados resultados lesivos, puesto que la magnitud de la agresión, tanto en su intensidad, como en el número de agresores, impide que pueda entenderse que lo que sucedió fue una perturbación leve del orden público”. Hoy día, con la Reforma N° 1/2015, al acuñar el art. 558 C.P. sobre la perturbación del orden en actos y establecimientos públicos, indicará que será este precepto el que se pueda aplicar cuando el escenario del conflicto sea el espacio donde acontezcan espectáculos deportivos y culturales. En estos supuestos, también puede imponerse la pena de privación de acudir a estos lugares, eventos o espectáculos de la misma naturaleza por un tiempo superior hasta tres años a la pena de prisión impuesta.[27]

A continuación, se analizará una clasificación de tipos de aficionados que pueden concurrir en los eventos deportivos y más en concreto, en el fútbol que como deporte de masas concentra las emociones y pasiones más generalizadas y densas de los hooligans.

IV. Tipos de aficionados [arriba] 

En un conocido artículo sobre los distintos tipos de aficionados que pueden darse en el deporte, Nicholas Dixon diferencia dos tipos de seguidores deportivos: el purista y el partidista. Mientras el primero “apoya al equipo que él cree que ejemplifica las mayores virtudes del juego”; el segundo, se caracteriza por una actitud de lealtad hacia su equipo: “es seguidor leal del equipo con el que posee una conexión personal o con aquel cuyo apoyo ha nacido de la mera familiaridad”.[28]

López Frías profundiza en esta distinción y centrándose en el seguidor partidista, recurre a la novela autobiográfica Fever Pitch de Nick Hornby, que explicita de forma muy viva las vivencias del seguidor "leal": “había descubierto que la lealtad, al menos en términos futbolísticos, no era una elección moral como la valentía o la amabilidad; era más como una verruga o una joroba, algo con lo que estabas atrapado [...] He estudiado minuciosamente mi contrato en busca de una salida, pero no hay ninguna”.[29]

Es característico del seguidor partidista el vincular sus éxitos y fracasos personales a los del equipo. Se produce una imbricación emotiva, de forma que los avatares de su equipo acaban influyendo como si fuera una cuestión personal. El mismo Hornby afirma: “los beneficios de gustarte el fútbol eran, simplemente, incalculables en la escuela [...] al menos la mitad de mi clase y, posiblemente, a un cuarto de los trabajadores les encantaba el juego”.[30]

Esto es así porque ser seguidor no es solo una cuestión individual, sino de identidad grupal. Lo interesante es ver si hay algún tipo de conexión entre el aficionado partidista y la violencia. Gómez, al respecto, señala:

“La identificación que los seguidores sienten con 'sus colores', es decir, con su equipo, también puede estar relacionada con la violencia. Y no solo eso, sino que en ciertos casos, la pertenencia a determinado grupo de seguidores puede cobrar tal importancia dentro de la identidad social de una persona que puede llevar a que forme parte de su auto-imagen, en tal medida que pueda funcionar como desencadenante de una reacción violenta, con tal de defender o afirmar sus creencias respecto a esa parte de su identidad”.[31]

En este misma línea, Hornby reconoce que los mejores días eran aquellos en los que su equipo vencía en una final o un partido importante y podía hacer burla de los seguidores del equipo perdedor y mostrar orgullosamente lo bueno que era su equipo. Todo se reduce, al fin y al cabo, a una cuestión de victoria y derrota social, de identificación con una comunidad y rechazo de aquello que la pone en peligro. Todos estos aspectos aparecen perfectamente reflejados en las películas. Los protagonistas solo se sienten felices si están con el grupo. La vida para ellos se distingue en dos partes: la semana laboral y el fin de semana. La primera solo tiene sentido para vivir la segunda. Y esta, el fin de semana, es básicamente el fútbol y la violencia aparejada a la lucha con los grupos de aficionados rivales.

Ahora bien, no parece sensato establecer una correlación entre aficionado partidista y aficionado violento. Hay muchos aficionados que profesan un hondo sentimiento de lealtad hacia su equipo sin que ello se traduzca en violencia de ningún tipo. Sin embargo, sí parece razonable afirmar que las hordas de grupos violentos se nutren especialmente de aficionados partisanos y no de aficionados puristas, lo cual lleva a la pregunta clave: ¿qué factores son los que conducen entonces a un aficionado partidista a entrar en una banda violenta?

Como antes se ha mencionado, son muchas y variadas las explicaciones sociológicas que se han apartado los últimos decenios para explicar el surgimiento de la violencia entre los hooligans. Las corrientes de Sociología marxista suelen remitirse a factores de índole socio-económico. Así, según Clark: “el fenómeno de la afición violenta al fútbol es una reacción de los jóvenes enajenados pertenecientes a comunidades obreras desintegradas contra la comercialización del fútbol y la concepción en aumento del juego como espectáculo y como entretenimiento”.[32]

V. Explicaciones neurocientíficas y evolutivas del problema [arriba] 

En los últimos años, se han desarrollado otras explicaciones que apelan a la conformación de nuestro cerebro y de su evolución durante cientos de miles de años. Según algunas concepciones de la Psicología evolutiva, la supervivencia de nuestros antepasados hace cientos de miles de años dependía de lo que Hauser ha denominado reciprocidad fuerte[33], pues la supervivencia individual estaba fuertemente ligada a la supervivencia del grupo o tribu, y esta, a su vez, dependía de su superioridad y triunfo frente a las tribus rivales en contextos de fortísima competitividad. Esto provocaba que los "cerebros los predispusieron a rechazar todo aquello que ponía en peligro la estabilidad de los grupos de los que formaban parte". De una manera general aunque variable, todavía el ser humano posee esa configuración cerebral. Pero esta se manifiesta de manera mucho más evidente entre los miembros de una misma hinchada.[34]

Por cierto, este tipo de explicación no es exclusiva de los grupos de aficionados. También, se ha extendido a los partidarios políticos y religiosos; todas estas creencias uniformes y que generan una fuerte lealtad hacia el grupo compartirían una misma lógica emotiva esencial. Así, Haidt en su examen del partidismo político, señala que los ataques terroristas del 11 de septiembre accionaron el interruptor emotivo que condujo a los estadounidenses a “apoyar a sus equipos como nunca lo habían hecho antes”.[35]

Como se ha podido comprobar, la actividad del seguidor deportivo presenta rasgos comunes a la del partidario político o religioso: el individuo, sintiéndose parte de un grupo, aprende desde dentro de él cuáles son las acciones que este le exige: animar a su club, abuchear al rival, vestir con los colores de su equipo...Al hacer lo que es adecuado, el miembro recibe un refuerzo positivo, mientras que si se sale de lo marcado por la comunidad, la reacción recibida será negativa. Así, si se trasladan estos conocimientos al terreno del comportamiento de las hinchadas deportivas, parece que estas estarían moralmente ligadas a aquellos que son parte de su misma comunidad, mientras que estarían cegadas respecto a aquellos que forman parte de comunidades opuestas.

VI. Conclusiones [arriba] 

La violencia exógena llevada a cabo por grupos de aficionados violentos se ha constituido en una parte más de las crónicas deportivas, en especial, de las futbolísticas. Desde hace ya algunas décadas, los científicos sociales se han preocupado por encontrar las raíces de este tipo especial de violencia y más en particular, de encontrar remedios. En este trabajo, se ha tratado de analizar cómo la extensión de este tipo de grupos y de sus resultados dañinos ha conducido a que se utilice el Derecho Penal como mecanismo de último recurso para su erradicación o reducción. En ese sentido, se aspiraba a mostrar los problemas que en ocasiones puede suponer aplicar los tipos penales que regulan la violencia grupal en espectáculos deportivos.

En la segunda parte del trabajo, la preocupación ha sido dar cuenta de algunas explicaciones que pueden ofrecer luz a la cuestión de qué es lo que lleva a un aficionado partidista a enrolarse en colectivo violento y cómo la "Psicología grupal" acaba condicionando su conducta individual. Así, se han mencionado las aportaciones que recientemente está aportando la Neurociencia. Con ello, no se pretende dar una explicación comprehensiva (social, económica o política) sobre la violencia en el deporte, sino introducir algunas explicaciones que permiten entender mejor la transformación de un aficionado partidista en un aficionado violento.

VII. Excurso: muerte en el Calderón [arriba] 

El fútbol español está, hasta el momento presente, más cerca de la concepción del fútbol imperante en países europeos como Alemania e Inglaterra (país que por cierto, sufrió gravísimos episodios de violencia, pero que ha sabido reconducir la situación), donde la asistencia a los estadios está al alcance de aficionados que pueden llevar a sus hijos sin temor a sufrir ningún tipo de incidente violento de carácter físico (verbales…eso es otra cosa). Este escenario se contrapone a lo que viene siendo frecuente en algunos países sudamericanos, donde la violencia entre aficiones está muchísimo más extendida, convirtiéndose en un fenómeno de peligrosidad pública e incluso comparándose con el terrorismo. Como se sabe, en Argentina, muchos clubes son apoyados por las conocidas como “barras bravas”, grupos más o menos numerosos de aficionados que destacan por su pasión y fidelidad al club al que idolatran, y que convierten el prepartido, el partido y el postpartido en todo en un espectáculo. Cualquiera que haya tenido la ocasión de estar presente en un partido de fútbol argentino concluirá que, en comparación, asistir a un partido de fútbol español es lo más parecido a presenciar un concierto de música clásica. La cara amarga de ese fenómeno en Argentina es el número de fallecidos anuales a causa de la riñas en las que participan los aficionados.[36]

Sin embargo, empiezan a ser muchos los casos de violencia en los estadios, lo que hace temer que España empiece a parecerse más a Argentina que a Alemania en este aspecto. Las autoridades públicas no han estado pasivas ante este creciente fenómeno. En 2007, se promulgó la Ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte y casi simultáneamente se creó el observatorio con el mismo nombre y finalidad. Pero entre esas intenciones iniciales y la puesta en práctica de medidas efectivas para detener el fenómeno, hay un gran vacío. Son varias veces en las que se ha criticado la falta de recursos de dicho observatorio, así como la improvisación y descoordinación en la aplicación de sanciones. El hecho de que el partido entre el Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña no fuera suspendido, al parecer por la imposibilidad de encontrar a ningún miembro de la Federación Española de Fútbol, es un reflejo de esa carencia de coordinación. También, se echa en falta mayor reconocimiento de responsabilidad por parte de los clubes en esta ola ultra que invade el fútbol español, puesto que en la mayoría de los casos, se lavan las manos, alegando que no es culpa del club ni siquiera del fútbol, sino de determinados hinchas violentos que nada tienen que ver con este deporte, pero a los que, paradójicamente, siguen admitiendo en sus gradas, en lugar de procurar que sus actuaciones públicas hagan gala de los valores que propugna el deporte y que su gestión se ajuste a criterios de juego limpio, de respeto a las normas deportivas, a los rivales y a los aficionados.

Al hilo de esto, y sin negar que desde hace ya un tiempo se están tomando medidas para evitar la extensión de los fraudes y amaños en el deporte, así como el dopaje, la violencia y racismo, dada la creciente gravedad de la situación, quizá sería cuestión de ir pensando en la creación (tal y como ocurre en algunas empresas para evitar cometer delitos de carácter económico) de “programas y oficiales de cumplimiento deportivos”, que tengan funciones tanto educativas, preventivas y eventualmente sancionatorias. Una actuación conjunta y coordinada entre el Consejo Superior de Deportes (CSD), las federaciones, ligas profesionales y clubes en el establecimiento de dichos programas y órganos de cumplimiento podría ser un paso decisivo en la reducción de esas amenazas.

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Notas [arriba] 

* José Manuel Ríos Corbacho, Profesor Titular de Derecho penal, Universidad de Cádiz, Algeciras, España, jose.rios@uca.es. Este trabajo se ha realizado a través de una estancia de investigación concedida por la cátedra de Derecho deportivo de la Universidad de Granada (España), durante los meses de marzo a julio de 2018, en el marco del Proyecto concedido por el Ministerio de Economía, Industria y Competitividad (MINECO) y que lleva como título “Violencia integral en el deporte: medidas de prevención e intervención”, de la Convocatoria “Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento” (2017). Referencia “DER2017-88945-P”.

[1] Elías, Norbert y Dunning, Eric, Deporte y ocio en el proceso de civilización, 3° ed., México, FCE, 2014, págs. 61 y ss. Ver también: Durán, Javier, (1996). “Deporte, violencia y educación”, en Revista de psicología del deporte, pág. 106. El mismo, El vandalismo en el fútbol. Una reflexión sobre la violencia en la sociedad moderna, Madrid, Gymnos editorial, 1996, pág. 29. Señala el autor que tanto los ejercicios de caza, de lucha, las propias competiciones atléticas y por supuesto los modernos juegos de pelota, experimentaron durante los siglos XVIII y XIX, una serie de profundas transformaciones, todas ellas en una misma dirección, la que les lleva hacia formas muchos más organizadas, institucionalizadas, estables y desde luego menos violentas y más civilizadas.
[2] Lima Malvido, Mª de la luz, El Derecho victimal en Victimología: la víctima desde una perspectiva criminológica. Asistencia Victimológica. Córdoba, Hilda Marchiori, 2009, págs. 123-142. El Derecho victimal consiste en un haz de derechos no graciables que se dispensan, no para el alivio y recreo de una víctima resentida, sino para la reinserción social de la víctima y el beneficio colectivo de una necesaria recuperación de la confianza social. Rodríguez Manzanera, Luis, Victimología. Estudio de la víctima, Mexico, Porrúa, 2005, págs. 354- 369. Cfr. Herrera Moreno, Myriam (2012). “Humanización social y luz victimológica”, Eguzkilore, Nº 26, pág. 80.
[3] Pérez Triviño, José Luís, Ética y deporte, Bilbao, Desclée, 2011, pág. 127.
[4] Simon, Robert, Fair Play. Sports, Values and Society, San Francisco- Oxford, Westview Press, 1991, págs. 1 y ss. Cfr. Pérez Triviño, José Luís, Ética y deporte, cit., págs. 127-128.
[5] Rusell, Gordon, The Social Psychology of Sport, Nueva York, Springer-Verlag, 1993, pág. 19. Citado por Gómez, Ángel. (2007). “La violencia en el deporte. Un análisis desde la Psicología Social”, en Revista de Psicología Social, 22, 1, págs. 63-87.
[6] Pérez Triviño, José Luís, Ética y deporte, cit., pág. 129.
[7] Parry, Jim, “Violence and Agression in Contemporany Sport”, en Mcnamee, Mark, y Parry, Jim, Ethics and Sport, London-New York, Routledge, 1998. Terry, P. C., Jackson, J. J. (1985). “The determinants and control of violence in sport”. Quest, 37, pág. 37. Cfr. GÓMEZ, Ángel, (2007), “La violencia en el deporte. Un análisis desde la Psicología Social”, cit., pág. 65.
[8] Gamero, Eduardo, “Violencia en el deporte y violencia en espectáculos deportivos: referencia histórica y problemática actual”, en Millán Garrido, Antonio (Ed.), Régimen jurídico de la violencia en el deporte, Barcelona, Bosch, 2006, pág. 19.
[9] Durán, Javier, “Deporte, violencia y educación”, cit., págs. 20 y ss.
[10] Durán, Javier, El vandalismo en el fútbol. Una reflexión sobre la violencia en la sociedad moderna, cit., pág. 30. Ríos Corbacho, José Manuel, Violencia, deporte y Derecho penal, Madrid, 2014, pág. 187.
[11] Ríos Corbacho, José Manuel, Violencia, deporte y Derecho penal, cit., pág. 195.
[12] Gómez, Ángel, (2007), “La violencia en el deporte. Un análisis desde la Psicología Social”, cit., pág. 64.
[13] De Vicente Martínez, Rosario, Derecho penal del deporte, Barcelona, Bosch, 2010, pág. 244.
[14] Véase http://www.pa gina12.com.ar /diario/ deportes/8 -22673-20 03-07-13. html. Consultado el 18/07/2018.
[15] Galeano, Eduardo, citado en http://news.bbc .co.uk/hi /spanish specials /newsid_43710 00/437 1158.stm. Consultado el 18/07/2018.
[16] Galeano, Eduardo, El fútbol a sol y a sombra, 4° ed., Madrid, Siglo XXI, 2010, pág. 149.
[17] Durán González, Javier, El vandalismo en el fútbol. Una reflexión sobre la violencia en la sociedad moderna, cit., pág. 28.
[18] Gómez, Ángel, (2007), “La violencia en el deporte. Un análisis desde la Psicología Social”, cit., pág. 71.
[19] Ríos Corbacho, José Manuel, Violencia, deporte y Derecho penal, cit., pág. 155.
[20] Roadburg, Alan, (1980), “Factors Precipitatings Fan Violence: A comparison of Professional Soccer in Britain and North America”, en The British Journal Sociology, 12, pág. 273.
[21] Mantovani, Ferrando, “El futbol: deporte criminógeno”, en Morillas Cueva, Lorenzo y Mantovani, Ferrando, (Dirs.), Benítez Ortúzar, Ignacio (Coord.), Estudios sobre Derecho y deporte, Madrid, Dykinson, 2008, pág. 333. Galeano, Eduardo, El fútbol a sol y a sombra, 4° ed., cit., pág. 191.
[22] Morillas Cueva, Lorenzo, “Tratamiento legal de la violencia en el deporte”, en Morillas Cueva, Lorenzo y Mantovani, Ferrando (Dirs.), Benítez Ortúzar, Ignacio (Coord.), Estudios sobre Derecho y deporte, Madrid, Dykinson, 2008, pág. 18.
[23] Muñoz Conde, Francisco, Derecho penal. Parte Especial, 21° ed., Valencia, Tirant Lo Blanch, 2017, págs. 95 y 96.
[24] Ríos Corbacho, José Manuel, Violencia, deporte y Derecho penal, cit., págs. 111 y ss. De Vicente Martínez, Rosario, Derecho penal del deporte, cit., págs. 239 y ss.
[25] El art. 558 del Código penal establece que: “serán castigados con la pena de prisión de tres a seis meses o multa de seis a doce meses, los que perturben gravemente el orden en la audiencia de un tribunal o juzgado, en los actos públicos propios de cualquier autoridad o corporación, en colegio electoral, oficina o establecimiento público, centro docente o con motivo de la celebración de espectáculos deportivos o culturales. En estos casos, se podrá imponer también la pena de privación de acudir a los lugares, eventos o espectáculos de la misma naturaleza por un tiempo superior hasta tres años a la pena de prisión impuesta”.
[26] Ríos Corbacho, José Manuel, Violencia, deporte y Derecho penal, cit., pág. 195.
[27] Muñoz Conde, Francisco, Derecho penal. Parte Especial, 21° ed., cit., pág. 758. Señala el autor que en la acción descrita en el art. 558 C.P., se trata de alterar el orden de un modo grave, siendo el sujeto activo consciente de ello. Los lugares que se describen efectivamente en el tenor literal del precepto son lugares oficiales (tribunal, colegio electoral, establecimiento público), en los que el orden es necesario para el desenvolvimiento normal de las actividades que allí se celebran. A ellos se equiparan otros lugares que normalmente sirven de lugar de reunión y a los que suelen concurrir gran cantidad de personas (plazas de toros, estadios de fútbol, etc…).
[28] Dixon, Nicholas, (2002), “The Ethics of Supporting Teams”, Journal of Applied Philosophy, Vol. 12, pág. 150.
[29] Horby, Nick, Fever Pitch, London, Gollancz, 1992, pág. 22. Citado por López Frías, Francisco Javier (2012), “Las bases psico-biológicas del comportamiento del hincha deportivo: el seguidor virtuoso”, Dilemata, 10, págs. 279-306.
[30] Hornby, Nick, Fever Pitch, cit., pág. 22. Citado por López Frías Francisco Javier, “Las bases psico-biológicas del comportamiento del hincha deportivo: el seguidor virtuoso”, cit., págs. 279-306.
[31] Gómez, Ángel, “La violencia en el deporte. Un análisis desde la Psicología Social”, cit., pág. 71.
[32] Dunning, Eric, Murphy, Patrick, y Williams, John., “La violencia de los espectadores en los partidos de fútbol: hacia una explicación sociológica” en Elías, Norbert-Dunning, Eric. Deporte y ocio en el proceso de la civilización, México, 1986, pág. 303.
[33] Hauser, 2006, 82, citado por López Frías, Francisco Javier, “Las bases psico-biológicas del comportamiento del hincha deportivo: el seguidor virtuoso”, cit., págs. 279-306.
[34] López Frías, Francisco Javier, “Las bases psico-biológicas del comportamiento del hincha deportivo: el seguidor virtuoso”, cit., pág. 291.
[35] Haidt, Jonathan, The Righteous Mind: Why good people are divided by politics and religión, Pantheon Books, Nueva York, 2012, pág. 190. Citado por López Frías, Francisco Javier, “Las bases psico-biológicas del comportamiento del hincha deportivo: el seguidor virtuoso”, cit., pág. 291 y ss.
[36] Guillén, Marina, (2017), “La violencia y los muertos en el fútbol argentino, una cuestión de Estado”, Revista Iusport de 17 de abril, https://iusport.com/n ot/34856/la-vio lencia-y-l as-muertes -en-el-futbol- argentino -una-cu estion- de-estado/. Consultado el día 22 de julio de 2018.