JURÍDICO LATAM
Doctrina
Título:Del derecho a la sexualidad hacia la producción social de la sexualidad y la discapacidad
Autor:Misischia, Bibiana
País:
Argentina
Publicación:Revista Académica Discapacidad y Derechos - Número 1 - Junio 2016
Fecha:15-06-2016 Cita:IJ-XCVIII-537
Índice Relacionados
Invisibilidad y relegamiento: diferencias desigualadas
La sexualidad y discapacidad como derechos
La sexualidad y discapacidad como producciones sociales
Bibliografía

Del derecho a la sexualidad hacia la producción social de la sexualidad y la discapacidad

Bibiana Misischia

La gran familia indefinida y confusa de los anormales se formó en correlación con todo un conjunto de instituciones de control, toda una serie de mecanismos de vigilancia y distribución.

M. Foucault (2001)


En todos los tiempos, y probablemente en todas las culturas, la sexualidad ha sido integrada a un sistema de coacción; pero solo en la nuestra, y desde fecha relativamente reciente, ha sido repartida de manera así de rigurosa entre la Razón y la Sinrazón, y, bien pronto, por vía de consecuencia y de degradación, entre la salud y la enfermedad, entre lo normal y lo anormal. M. Foucault (2001)

Invisibilidad y relegamiento: diferencias desigualadas [arriba] 

Con respecto a la situación de las mujeres, actualmente, se ponen en evidencia transformaciones de las prácticas sociales y mentalidades colectivas que hacen que la mujer irrumpa en los espacios sociales históricamente asignados a los varones. La invisibilización y relegamiento responde a tramas sociales, económicas, políticas y culturales que la ubican en una posición de subalternidad, producto de las interacciones sociales a lo largo del tiempo. Esta visibilidad pone en evidencia las desigualdades aún imperantes, huellas que constituyen la diferencia de los géneros y generan una crisis de legitimación de la desigualdad social, poniendo en jaque la perspectiva que daba este proceso como fenómeno natural.

Considerar la discapacidad y el género como una experiencia histórica implica un análisis de la formación de los saberes que a ella se refieren los sistemas de poder que regulan su práctica y las formas, según las cuales, los individuos pueden y deben reconocerse como sujetos.

La diferencia se ubica como figura central, no refiere a una distinción, oposición, aceptación o contradicción; se construye como experiencias de alteridad, de imprevisibilidad; que nos conforman como humanos, reconocen lo singular en el hecho de ser mujeres y varones.

En la situación de las mujeres y de las personas con discapacidad, la diferencia se constituyó históricamente arraigada a la inferioridad y la subordinación, fundamentada y atravesada por las relaciones de poder, que se manifiestan como un ejercicio de violencia. Por ello, en el mismo movimiento se distingue la diferencia, instituyéndose la desigualdad, se conforman diferencias desigualadas.

Plantea Ana María Fernández: “hablar de diferencias desigualadas supone pensar que la construcción de una diferencia se produce dentro de dispositivos de poder: de género, de clase, de etnia, geopolíticos, etc.” (2009:26). Frente a ello se requiere la construcción de un discapacidad, en un contexto de fuerte incremento de las desigualdades y fragmentación, donde las personas excluidas no tienen derechos. Espacio de igualdad desde el reconocimiento de las diferencias otorgando poder a estas para convertirlo en potencia y capacidad de acción, relaciones de poder que emanan de la posibilidad de constituirse en un sujeto colectivo cohesionado por acuerdos. Se impone la necesidad de dilucidar los dispositivos bio-políticos no solo a partir de la lectura de los grandes acontecimientos públicos, sino de la cotidianeidad, de recuperar los relatos que pongan en evidencia las relaciones asimétricas, basadas en mandatos de dominación y obediencias.

La sexualidad y discapacidad como derechos [arriba] 

Diferentes perspectivas pueden ser punto de partida para la reflexión acerca de la sexualidad y la discapacidad. Se pueden concebir a las personas con discapacidad como seres asexuados o poseedores de una sexualidad diferente, reforzada en las limitaciones y no en las potencialidades; interpretando que las personas con discapacidad son seres sexuales diferentes, que deben “aprender una sexualidad diferente”. También es posible, en estos tiempos, hablar del derecho a la sexualidad, especialmente, sobre la reivindicación de los derechos sexuales y reproductivos de todos y todas. Un aspecto central, desde esta perspectiva, es la múltiple discriminación, no como la suma de las necesidades que se plantean por discapacidad y género/sexualidad, sino que al conjugarse ambas variables, se produce una situación diferente. La situación se complejiza o enriquece si sumamos las situaciones cambiantes a lo largo de todo el ciclo vital –desde niñas a mujeres mayores–, el atravesamiento por todas las clases sociales y las diferentes identidades culturales. No es un grupo compacto y homogéneo. Esta perspectiva se construye sobre la base del modelo social de la discapacidad, que sostiene la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, la que reconoce que las mujeres y las niñas con discapacidad suelen estar expuestas a un riesgo mayor, dentro y fuera del hogar, de violencia, lesiones o abuso, abandono o trato negligente, malos tratos o explotación y subraya la necesidad de incorporar una perspectiva de género en todas las actividades destinadas a promover el pleno goce de los derechos humanos y las libertades fundamentales por parte de las personas con discapacidad.

El origen sociológico de este enfoque remite a la corriente crítica de los años 80 en Estados Unidos e Inglaterra, entendiendo la discapacidad como situación social, resultado de las relaciones complejas contenidas en un tiempo y en un lugar determinado y no como inherente a un hecho individual. Una situación que otorga un valor determinado (un disvalor) a las personas con discapacidad, por eso se puede hablar de una práctica social discriminatoria ya que se crean y difunden estereotipos, por las características de dichas personas, que generan procesos de exclusión y restricción al acceso a determinados ámbitos, impidiendo el goce de derechos. Se articulan así, formas de negación de derechos, estigmatizaciones y discriminaciones hacia quienes se alejan de la normalidad definida. Quizás una limitante presente en este modelo sea el planteo de universalidad de los derechos humanos, del derecho moderno frente al planteo de la diferencia y heterogeneidad de la ética. Rita Segato plantea que es necesario desplazarse desde el foco en los valores del otro diferente y colocarse en la frontera entre el diálogo de estas multiplicidades que representan el otro cultural con el otro representado en el Estado. La estrategia planteada tiene que ver con una mirada que parte de lo incompleto de las diferentes alteridades, ese espacio es el que permite dar movimiento, transformación y cambio. Desde allí se pone “en cuestión”, de forma permanente, las declaraciones normativas del derecho.

La sexualidad y discapacidad como producciones sociales [arriba] 

Declaraciones normativas que enarbolan las libertades (sexuales) y emancipaciones (de las personas con discapacidad), que funcionan como distractores de lo que tendría que ubicarse en el centro de la discusión: los mecanismos de control de los cuerpos y los deseos, de esos otros cuerpos (en tal caso) negados de deseo. Desde esta perspectiva crítica, se puede referir a la discapacidad (y a la sexualidad) como una producción social:

…inscripta en los modos de producción y reproducción de una sociedad. Ello supone la ruptura con la idea de déficit, su pretendida causalidad biológica y consiguiente carácter natural, a la vez que posibilita entender que su significado es fruto de una disputa o de un consenso, que se trata de una invención, de una ficción y no de algo dado. Hablamos de un déficit construido (inventado) para catalogar, enmarcar, mensurar cuánto y cómo se aleja el otro del mandato de un cuerpo “normal”, del cuerpo Uno (único)... (Rosato, 2009).

Entonces se abre otra posibilidad, la sexualidad y la discapacidad centradas en la ideología de la normalidad, no porque hubiese alguna posibilidad de alguna normalidad no ideológica sino porque la ideología fundante de este orden, de este modo de producción de sujetos se basa en esta normalidad (Rosato, 2009).

Una producción vinculada al otro subalterno, que va desde la desprovisión o el desorden, lo ajeno, en un marco universal y homogéneo, hasta la exclusión, basada en relaciones de asimetría. No siempre como la figura en el caso del leproso, en el que la distancia separa a unos de los otros; ni la de la inclusión del apestado, en donde se da un lugar, se asignan presencias para poder observar y controlar minuciosamente. A veces desde la negación, la invisibilidad, se pasa de una tecnología del poder negativa a una positiva (basada en el conocimiento del otro), para llegar a una tecnología que niega. Aquí, la norma no es una ley natural, sino una ley portadora de poder, el poder de “negar la existencia del otro” o se puede vincular a una inclusión segregada, ya que el sujeto está presente tanto en la integración como en la inclusión, pero no desde su lugar, no desde su especificidad de sujeto único, requerido de presencia, lleno de significado, que es la clave del sentido social que hace verlo como sujeto.

Sexualidades y discapacidades, ambas tan diversas como la existencia de cada persona y cada relación o relaciones posibles, cada cuerpo y deseos sentidos. Un sujeto deseante es un sujeto sexuado, erótico, que se permite entrar en relación consigo mismo y con otros. Allí, el deseo y la discapacidad son producciones sociales, organizadas desde represiones y permisos. Desde la hegemonía se interpreta el deseo de “los otros”, se convierte en objeto normatizado, a través del ordenamiento jurídico, es un objeto a controlar.

Deserotizar la discapacidad es una forma más del control hegemónico, un control sobre los cuerpos y los deseos; la sexualidad es una experiencia identitaria atravesada por el campo del saber, la normatividad y la subjetividad… pareciera que al igual que la discapacidad son dispositivos que inscriben en los cuerpos un modo y una forma de ser.

Llegamos al extremo de:

... entender la sexualidad como un espacio para formar, educar al otro, con programas de educación sexual integral, logrando la pedagogización del sexo.

… tener que denotar a la sexualidad como derecho y explicitarlo en los documentos legales relacionados a discapacidad.

Llegó el momento de:

… reconocer al sujeto en el uno por uno, en su particularidad, y responder a su propia posición subjetiva, una respuesta menos efectiva para los intereses de la homogenización, pero una vía menos segregadora y, por tanto, susceptible de ser considerada.

… rescatar las biografías sexuales, el poder del cuerpo, del placer, des-domesticar la erótica; poner en primera fila el enigma y el misterio.

 

Bibliografía [arriba] 

Fernández, A. M., “Las diferencias desigualadas: multiplicidades, invenciones políticas y transdisciplina” en Nómadas, Nº 30, abril-sin mes, Universidad Central Colombia, 2009, pp. 22-23.

Foucault, M., Los anormales, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001.

Foucault, M., Historia de la Locura, México, Fondo de Cultura Económica, 1986.

Misischia, B. y otros, “Mujeres Invisibilizadas. Procesos de desigualación y discriminación en la situación de mujeres con discapacidad”, Encuentro Personas con Discapacidad y Relaciones de Género. La diferencia como punto de encuentro, Colección Congresos y Jornadas, Universidad Nacional de Río Negro, 2014.

Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad, Naciones Unidas, Nueva York, 2006, http:// www.un.org/ spanish/ disabilities/ convention/ overview.html http:// www.un.org/ spanish/ disabilities/ convention/ overview.html

Rosato, A., Discapacidad e ideología de la normalidad, Buenos Aires, Novedades Educativas, 2009.

Segato, R., Antropología y Derechos Humanos: alteridad y ética en el movimiento de los derechos universales, Serie Antropológica, Brasilia, 2008.