JURÍDICO LATAM
Doctrina
Título:La restructuración de la empresa en tiempos de COVID-19
Autor:Cony Etchart, Ricardo M.
País:
Argentina
Publicación:El Derecho Empresario en tiempos del Coronavirus - Derecho societario y corporativo
Fecha:19-05-2020 Cita:IJ-CMXVII-531
Índice Voces Citados Relacionados Libros Ultimos Artículos
1. COVID-19 como sistema
2. El COVID-19 como sistema complejo
3. El COVID-19, la parálisis económica y las empresas “Zombies”
4. La crisis de empresa y su caracterización
5. Las Causas de la crisis de la empresa
6. Las medidas de Saneamiento posibles para restructurar las empresas en crisis como resultado de la pandemia causada por el COVID-19
7. Conclusión
Notas

La restructuración de la empresa en tiempos de COVID-19

Ensayo de una perspectiva financiera para el asesor de empresa

Por Ricardo Cony Etchart

El Coronavirus (COVID-19) ha sido declarado cómo pandemia y a esta altura extiende sus efectos por todos los rincones de la tierra. A raíz de ello se han producido grandes desequilibrios, en todos los sectores de la realidad económica y social, y la caída del producto bruto interno de los países se calcula en una media del 4% mensual lo que supone la existencia de un proceso de destrucción de riqueza de una magnitud jamás experimentado.

En ese marco, se ha verificado una reducción significativa en la productividad de los países lo cual encuentra su razón principal en la afectación vital que la destrucción de la demanda ha producido en las unidades empresarias. Este panorama hace vislumbrar una predecible oleada de insolvencias y reestructuraciones corporativas que ha de enfrentar a los abogados, asesores de empresas, a una problemática absolutamente asociada a los desequilibrios financieros de las empresas comerciales.

Ante dicho estado de cosas, hemos considerado útil repasar, a un nivel conceptual de carácter cualitativo, todos los aspectos financieros relevantes de la crisis de la empresa, así como de aquellas medidas que resultan necesarias para reestablecer el equilibrio financiero de tales unidades productivas, vitales para la prosperidad de un país.

Abogamos para que dicho desarrollo le resulte útil al lector y le permita adquirir una perspectiva diferente sobre un fenómeno con el que seguramente, como hombre de derecho, ha de tener que convivir en los tiempos venideros.

1. COVID-19 como sistema [arriba] 

Antes de avanzar sobre el objeto central de nuestro trabajo creemos ilustrador describir la estructura sistémica del COVID-19 en la medida que ello sirve para comprender la real dificultad del problema que, en todos los niveles de la existencia humana (incluso el empresario), la pandemia plantea.

Advertido ello, cabe señalar que un sistema es un conjunto de elementos o partes que interaccionan entre sí a fin de alcanzar un objetivo concreto[1]. De ello se desprenden dos implicaciones fundamentales:

(i) Que existe una influencia mutua entre sus elementos, de forma que el cambio experimentado en uno de ellos repercute y afecta inevitablemente al resto y

(ii) que una serie de elementos reunidos (es decir, un conjunto), que no persigue un propósito común (un objetivo), de ninguna manera constituye un sistema.

Ahora bien, un “Sistema Complejo” está compuesto por varias partes interconectadas o entrelazadas cuyos vínculos crean información adicional no visible por para el observador. Es decir, existen variables ocultas cuyo desconocimiento impide analizar el sistema con precisión. Así pues, un sistema complejo, posee más información que la que da cada parte independiente.

Este tipo de sistemas está constituido por múltiples subsistemas diferentes que interactúan entre si y producen propiedades emergentes que son mayores a las sumas de las partes y no pueden reducirse a las propiedades de cada una de esas partes que lo constituyen. El ejemplo clásico de ello, que resulta fácilmente comprensible, es el del tráfico. Si uno observa las piezas de un coche, no es capaz de predecir un patrón de tráfico. Tampoco es posible predecirlo observando el siguiente estadio superior de organización: el auto. El tráfico emerge de la interacción de todos los autos, sus conductores, la sociedad, sus leyes, el clima, las rutas, quien sabes los animales, el espacio, el número de agente de tránsito, el costo del peaje y así muchos otros factores más que modifican el resultado del proceso día a día.[2]

Los sistemas complejos se caracterizan fundamentalmente porque su comportamiento es imprevisible. Esta clase de sistemas no constituye un caso raro, ni excepcional, sino que se manifiesta en la inmensa mayoría de los fenómenos que se observan a diario. Así como hicimos referencia al tráfico vehicular se pueden mencionar también otros ejemplos de sistemas complejos como lo es el caso de la célula, del cerebro, del organismo, de una computadora, de un ecosistema, de una sociedad de insectos, del sistema inmunológico, de la economía de mercado, de las epidemias y de su estadio más profundo: la pandemia.

La mayoría de los sistemas complejos son inestables, pero se mantienen delicadamente equilibrados. Cualquier variación mínima entre sus elementos componentes puede modificar, de forma imprevisible, las interrelaciones y, por lo tanto, el comportamiento de todo el sistema[3].

Así, la evolución de esta clase de sistemas se caracteriza por la fluctuación, situación en la que el orden y el desorden se alternan constantemente. Estos sistemas, en general, crecen progresivamente hasta que llegan al límite de su desarrollo potencial. En ese instante, sufren un desorden, una especie de ruptura que induce una fragmentación del orden pre-existente pero luego de ello, comienzan a surgir regularidades que organizan al sistema de acuerdo con nuevas leyes, produciendo otra clase de desarrollo.

Bajo esa perspectiva, la auto organización se erige como parte esencial de cualquier sistema complejo y es lo que le permite mantenerse dentro del estrecho dominio que oscila entre el orden inmutable y el desorden total, entre la constancia rígida y la turbulencia anárquica. Es la forma a través de la cual el sistema recupera el equilibrio, modificándose y adaptándose al entorno que lo rodea y contiene pudiendo, de esa manera, evolucionar.

En otros términos: el fenómeno característico de un sistema complejo es la multiplicidad de resultado posibles que puede provocar haciendo prácticamente imposible predecir su comportamiento a largo plazo y dejando abierta la posibilidad de consecuencias impensadas.

2. El COVID-19 como sistema complejo [arriba] 

Bajo el marco descripto, resulta claro que el COVID-19 constituye un sistema complejo.

Su complejidad se verifica no solo a nivel molecular sino también a un nivel funcional en el orden externo. Las mutaciones y adaptaciones constantes del virus, las cepas constatadas en diversos países y su mayor o menor diseminación son ejemplos del primero de esos aspectos. El virus tiene un objetivo molecular de supervivencia y adaptación para no morir. El problema se presenta cuando ese propósito de vida afecta gravemente la salud humana.

Ahora bien, el COVID-19 también manifiesta su complejidad a nivel externo en donde pone en juego diferentes variables tales como la fortaleza del sistema de salud de cada país, el nivel de preparación de los médicos, el número de trabajadores de la salud, la cantidad de infectados, la estructura tecnológica con que cuenta cada sociedad, la capacidad edilicia para recibir pacientes, la calidad y solvencia intelectual de los infectólogos, así como otro sinnúmero de factores de difícil medición.

Comprender las sensibilidades al cambio y factores de irradiación del COVID-19, en tanto sistema complejo, se vuelve imperioso cuando se trata de pérdidas humanas y económicas verificadas a lo largo de todo el planeta. Esto es, justamente, lo que el mundo se encuentra experimentando con el brote, altamente infeccioso, del COVID-19. País tras país han impuesto bloqueos y restricciones estrictas a las interacciones humanas debido a que los individuos no llegaron a comprender por completo, al inicio de la pandemia, que una sola persona infectada podía provocar decenas de miles de casos de infección conllevando ello efectos devastadores sobre toda nuestra dimensión existencial.

Bajo ese marco, queda en claro que la paralización de la acción humana que ha provocado el COVID-19 ha producido, también, una reverberación negativa sobre la economía nacional que es, justamente, un sistema complejo sobre cuyo funcionamiento se asienta el desarrollo social comunitario. Asimismo, concatenado con ello, ese quietismo económico ha tenido, a su vez, una escalada final sobre otro subsistema complejo de orden fundamental: la unidad empresaria.

Se advierte así la existencia de un punto nodal de encuentro intersistémico entre el COVID-19, la economía y la empresa. Tal circunstancia conlleva la necesidad de encontrar soluciones que permitan convertir la incertidumbre que ello produce en cantidades de riesgo aceptables que resulten manejables en el campo de la economía empresaria. De esa forma se podrán acotar los efectos negativos, de naturaleza dinámica y relacional, que el COVID-19 genera sobre eso dos campos trascendentales de las relaciones humanas.

Objetivo semejante reclama una solución, al problema de la pandemia, de naturaleza también compleja e interdisciplinar y que requiere de la actuación de sinnúmero de expertos de las disciplinas más variadas tales como la física, la biología, la medicina, la matemática, la estadística, la economía, la infectología, la sociología, la psicología y, porque no, la abogacía.

Como asesores legales, los abogados estamos llamados, en la parte que nos toca, a cumplir un rol de importancia concibiendo las mejores soluciones para las empresas que asesoramos y cuyas redes contractuales y obligacionales se encuentren profundamente afectadas por la pandemia, al punto de encontrarse en jaque su continuidad.

Seguidamente, habremos de abocarnos a analizar los extremos económicos actuales bajo los cuales se verifica la presente y generalizada crisis empresarial, para luego, ya más puntualmente, describir:

(i) las notas que caracterizan a la empresa en crisis

(ii) las etapas que dicho proceso de crisis conlleva,

(iii) los síntomas de la crisis,

(iv) sus causas y

(v) los cursos de acción más acordes para lograr la restructuración de la empresa que se encuentra en un estado de grave desequilibrio financiero.

Esto último lo haremos manteniendo especial atención a peculiaridad de la crisis económica actual la que, dada sus características sistémicas, trae aparejada una reducción muy grande en los márgenes de maniobra y soluciones financieras que, ante tal extraordinaria situación, las empresas en dificultades pueden implementar.

3. El COVID-19, la parálisis económica y las empresas “Zombies” [arriba] 

Las consecuencias económicas del COVID-19 han sido de una magnitud impensada. Ha generado un fenómeno circular que se puede representar con la figura del “perro del muerde la cola”. Dicha alegoría busca representar aquellas situaciones en donde no es fácil advertir donde empieza y donde termina el problema ni cuál es la causa ni cuál es el efecto de una situación dada.

Ha consecuencia del COVID-19 los gobiernos de los países, en general, han dispuesto que cierren aquellas empresas que no presten servicios esenciales para la comunidad (ejemplo de estas son las empresas de atención médica, alimentación, servicios públicos, transporte y telecomunicaciones).

Bajo ese panorama se ha producido una instantánea paralización en el flujo de ingresos de los hogares quienes han dejado de comprar todos los bienes y servicios que no resultan esenciales para la supervivencia, importando ello una acentuada disminución del consumo y de la inversión.

Por su parte, como consecuencia de ello, las empresas se encuentran sufriendo una crisis de demanda que las ha llevado a dejar de producir bienes y de prestar servicios debido a la falta de clientes para adquirirlos. Bajo dicha lógica las dificultades financieras de las empresas se hacen patentes y se manifiesta en la existencia de graves dificultades para pagar a sus empleados, para cubrir los costos fijos y para hacer frente a sus obligaciones financieras, comerciales e impositivas.

Frente a dicha situación, los gobiernos, a través de los bancos centrales, han incrementado la intervención estatal mediante subvenciones, préstamos, esperas y asistencias directas que resultan financiadas, en gran medida, con emisión monetaria que se presenta como la única alternativa inicial posible ante la acentuada caída de la recaudación tributaria.

En nuestro país, para detener la propagación de COVID-19 se ha optado por reducir la actividad económica, al mínimo posible, durante todo el tiempo que se considere necesario para cumplir dicho objetivo. Otras naciones, en cambio, han optado por la solución más laxas omitiendo imponer una cuarentena obligatoria y buscando compensar esa falta de restricciones a la circulación, con testeos y controles virales masivos.

Estos sistemas enfrentados juegan el papel de vasos comunicantes: Si se dispone una cuarentena rígida disminuye el número de afectados y de víctimas fatales, pero, como contrapartida, aumenta la caída de la economía. En cambio, si la cuarentena es más laxa, el número de infectados y víctimas fatales es mayor pero el impacto negativo sobre la economía es menor[4].

Cualquiera sea la solución elegida lo cierto es que existe un criterio concordante en que no resulta plausible hibernar la economía por mucho tiempo más. Ya a esta altura de los acontecimientos no hay forma de que la economía se reinicie como si nada hubiera pasado.

La economía es una red interconectada de trabajo, comercio y vínculos financieros, donde las creencias y las perspectivas futuras juegan un papel clave. Ante dicho estado de cosas, cuando se levanten las restricciones impuestas al funcionamiento pleno de la actividad económica, seguramente nos encontraremos con la presencia de varios factores que han de obstar la rápida recuperación económica deseada.

Entre dichos factores distinguimos los siguientes:

(1) Expectativas pesimistas. Los consumidores seguramente han de albergar expectativas pesimistas sobre el estado de la economía y su evolución y, por lo tanto, basados en motivos de precaución, puede que decidan mantener, por largo tiempo, la reducción del consumo de bienes no esenciales.

(2) Ruptura de Contratos. La invocación del caso fortuito y la fuerza mayor va a ser una constante en materia contractual. La renegociación de los acuerdos comerciales va a afectar, sin lugar a dudas, los flujos de ingresos proyectados, por las empresas, a principio del ejercicio. Ello será un factor adicional de ralentización de la circulación de efectivo y de la pérdida consecuente de liquidez empresaria.

(3) Afectación de los Contratos de Trabajo. Prohibiciones gubernamentales de por medio, en algún momento se ha de manifestar una posible ola de despidos y de ingresos de las unidades productivas en procedimientos para empresas en crisis o de orden similar. Como consecuencia de ello se va a ver afectada la estabilidad de ingresos de los trabajadores lo que va a reafirmar, aún más, la retracción del consumo.

(4) Retrasos en las cadenas de suministro. Casi todos los canales de provisión y suministro de la economía se encuentran paralizados. Retomar el antiguo cauce y ritmo de circulación de bienes intermedios va a llevar mucho tiempo. Esto va a verificarse tanto en el plano nacional como internacional. Entonces, a raíz de ello, muchas de las empresas manufactureras tendrán que o bien permanecer cerradas por más tiempo o bien imprimirle un ritmo a su puesta en marcha un ritmo más lento de los previsto lo que ha de traer aparejado, obviamente, una reactivación económica más pausada.

(5) Mercados de crédito. Los trabajadores de las empresas permanecerán desempleados por más tiempo, deprimiendo el consumo agregado. Tal circunstancia puede, potencialmente, afectar los cumplimientos de las obligaciones bancarias y las propias del mercado de los alquileres. Las empresas que no puedan operar normalmente también van a buscar restructurar sus préstamos. Los bancos –salvo por imposición gubernamental con garantía estatal- no abrirán nuevas líneas de crédito ante la posibilidad de la verificación del aumento exponencial de los concursos preventivos y quiebras de empresas.

(6) Mercados bursátiles. Los mercados bursátiles pueden verse afectados debido a una combinación de creencias pesimistas, inestabilidad de ingresos de los ahorristas e inversores y problemas sistémicos que pueden llevar a una baja aun mayor del valor de las empresas (sobre todos en países como el nuestro).

Ello, como contrapartida, supondrá una menor posibilidad de financiación de las empresas a través de emisiones de acciones, bonos u obligaciones.

Como comprenderá el lector, la mayoría de dichos factores ya se verifican en la economía actual habiendo producido un impacto profundo en el tejido empresario. La consecuencia más llamativa de ello es que ha dado inicio a un peligroso proceso de conversión de empresas sanas o de viabilidad controlada en un fenómeno que se ha dado en designar, internacionalmente, como “Empresas “Zombies”.

Las empresas “Zombies” son aquellas empresas que no logran beneficios netos por un extenso período de tiempo. Son compañías que son tan poco rentables que no pueden pagar ni siquiera los intereses de sus deudas. Muchas están efectivamente en estado de insolvencia, pero continúan operando. Los titulares de este tipo de empresas se sumen en una búsqueda constante de fondos, procurando obtenerlos de donde puedan. Bajo esa lógica buscan financiarse con el Estado mediante la postergación del pago de impuestos y cargas sociales, también se financian con los acreedores y proveedores atrasando los pagos comerciales y no dudan en hacer lo mismo respecto de los empleados a quienes realizan pagos parciales de sus salarios.

Concomitantemente, buscan acceder a cuanto préstamo y subvención esté a su alcance.[5]

Los efectos del COVID-19, ya verificados sobre la economía nacional y mundial, pueden sumir a muchas de nuestras empresas en una dinámica del tipo de la antes señalada. Dicho fenómeno resulta mucho más grave cuando de verifica que el sector de la pequeña y mediana empresa desde hace mucho tiempo viene albergando un gran número de empresas “Zombies”. Se trata de unidades comerciales que desde hace años presentan una facturación estática o en descenso, una rentabilidad persistentemente baja, márgenes de ganancias en franca reducción, reservas de efectivo y de capital de trabajo limitadas, niveles de endeudamientos peligrosos y una capacidad limitada o casi nula para invertir en nuevos equipos, productos o procesos.

Lo cierto es que ante ese estado de cosas la crisis financiera de las empresas nacionales va a acentuarse en la etapa de “post COVID- 19”. Cuando se destrabe el funcionamiento de la actividad empresarial se van a verificar grandes problemas de solvencia.

La solución del gobierno va a tender a la aplicación de una lógica de “respirador artificial” otorgando las subvenciones que pueda hasta que pueda. En general, existe un pensamiento comunitario instintivo acorde al cual, ante la magnitud brutal de una crisis como la actual, se deben mantener a flote a este tipo de empresas cueste lo que cueste pues, de otra manera, el nivel desempleo va a resultar exponencial y los efectos de ello sobre la economía van a ser impredecibles. Si bien dicha lógica tiene sólidos fundamentos de orden coyuntural, la misma no puede ser aplicada eternamente.

Además, hay que tener en cuenta que la existencia continua de empresas Zombies crea algunas externalidades negativas en la medida que mantener empresas no productivas y de viabilidad dudosa, puede suponer detraer recursos estatales y bancarios que resultarían más productivos si se fomentaran los sectores de empresas rentables. Los países con una gran proporción de empresas Zombies experimentaran una dinámica de crecimiento e inversión sustancialmente más lenta y preocupante que aquellos que no sufren mayormente dicha patología.

Ante semejante panorama, el empresario va a verse en la obligación de reconvertirse restructurando operativa y financieramente su empresa. No se puede vivir por mucho tiempo de la ayuda de un estado endeudado, sin reservas, con baja recaudación y con nula capacidad de financiamiento externo.

4. La crisis de empresa y su caracterización [arriba] 

Realizadas las reflexiones precedentes sobre el panorama económico general que resulta consecuencia directa de la pandemia del COVID- 19, podemos comenzar diciendo que la "crisis de la empresa" forma parte de la categoría más amplia de la "inestabilidad de la empresa" la que, a su vez, puede comprender momentos de diferente gravedad.

Se trata de un proceso de declinación que tiene como elemento distintivo la destrucción del valor económico que la empresa representa y cuyo último estadio, previo a su liquidación forzosa, es propiamente un estado de crisis que la pone en un punto de inflexión en donde la empresa o muere o renace.

Antes de arribar a esta crítica situación la empresa suele pasar a través de una serie de etapas transitorias cuya materialización conlleva una afectación palpable de su capital humano, organizacional y tecnológico. Una empresa no se torna insolvente de un día para el otro, sino que, en el transcurso de su marcha, van apareciendo diferentes tipos de síntomas que sugieren la existencia de una situación de inestabilidad en su performance económica/financiera.

Estos síntomas pueden ser de carácter cuantitativo, reflejados en su sistema informativo o bien, de carácter cualitativo que son aquellos que presentan una inmanencia muchas veces difícil de percibir y evaluar por los propios directivos. Como muestra más común de los síntomas del primer tipo podemos señalar los siguientes:

(i) disminución en el volumen de ventas,

(ii) aumentos en los costos de fabricación,

(iii) disminución en el flujo de caja

(iv) disminución de los ingresos netos y de la rentabilidad,

(v) aumentos en los costos de administración, comercialización y financiación,

(vi) aumentos de los índices de endeudamiento,

(vii) aumentos y disminuciones abruptas de los inventarios y, en general, disminución de activos y del valor patrimonial in totum.[6]

Ahora bien, frente a la sintomatología precedente se erige la otra, de carácter cualitativo, que refiere al hecho de que, generalmente, las dificultades financieras que afectan a la empresa van acompañadas por un estado de una cierta intranquilidad de los miembros del staff de la empresa que coadyuva a la formación de un clima interno de mucha tensión y desesperanza. Ello se traduce en la existencia de directivos desmoralizados, empleados movilizados, renuncias de personal clave, clientes insatisfechos, competidores más agresivos, y banqueros tensos y acreedores renuentes a otorgar mayor financiación y muchos otros de naturaleza similar.

Bajo ese marco se verifican las diferentes etapas que conjugan la crisis empresarias y que pasamos a consignan a continuación:

a) Situación de Máxima Estabilidad Financiera

En esta etapa la empresa no registra problemas de solvencia ni a corto ni a largo plazo. No hay pasivos ni deudas que afrontar.

Esta situación no es frecuente y sólo se da al constituirse la empresa ya que, a poco de comenzar la operatoria, irán apareciendo los primeros pasivos y compromisos.

b) Situación de equilibrio financiero

El afirmar que una empresa se encuentra en "equilibrio financiero" significa, en términos latos, que la misma mantiene una combinación adecuada entre los recursos propios y los ajenos que le permite hacer frente a sus compromisos de pago, en condiciones de absoluta normalidad.[7] Es decir, el giro de la empresa genera suficientes medios líquidos para atender sus compromisos en tiempo y forma.

c) Etapa de desequilibrio financiero.

Este estado se inicia, fundamentalmente, cuando la empresa comienza a mostrar dificultades para cumplir con sus obligaciones, debido a su imposibilidad para generar el efectivo o liquidez suficiente para honrar tales compromisos.

Ahora bien, resulta necesario tener en claro que la crisis de liquidez de manera alguna predica la existencia de un montante de obligaciones o pasivos de la empresa superior al de sus activos. Una empresa puede tener un exceso de activos respecto de las obligaciones que gravan su pasivo, pero, no obstante, ello, tener un problema con el flujo de efectivo que le imposibilite atender sus compromisos. En otros términos: su estructura económica puede ser robusta pero la falta de generación de recurso líquidos, por parte de dichos activos, puede afectar su viabilidad.

Las dificultades de liquidez colocan en el centro del escenario los conceptos de capital de trabajo y flujo de caja ya que, en definitiva, es la disfunción entre esas dos magnitudes la que produce la insolvencia de la empresa.

El capital de trabajo, en términos financieros, es definido como la diferencia entre el activo corriente (aquellos créditos que se van a apercibir dentro del año contados desde el cierre del ejercicio) y el pasivo corriente (aquellas deudas que se van a pagar dentro del año contado desde el cierre del ejercicio). Ahora bien, en términos coloquiales dicha noción hace referencia a los recursos que la empresa necesita para atender sus operaciones de producción y comercialización de bienes y/o servicios. Se trata, en definitiva, del capital adicional con el que se debe contar para financiar la producción de la empresa antes de percibir ingresos por las ventas de los productos vendidos o de los servicios prestados.

La noción de capital de trabajo no puede comprenderse cabalmente si no se la complementa con la del ciclo operativo de la empresa. El ciclo operativo puede ser definido como el tiempo que una empresa tarda en cumplir con el proceso completo que va desde la adquisición de insumos hasta la producción, venta y cobro del bien o servicio que ofrece.

Una vez cobradas dichas ventas, los ingresos resultantes de aquellas se van a utilizar para pagar los gastos relacionados a la adquisición del stock original, las obligaciones vencidas o de próximo vencimiento y cierta amortización asociada a dicho ciclo productivo. Hecho ello, se podrá, entonces, proceder a reponer todos los insumos necesarios para restaurar el ciclo operativo en orden a continuar así, sucesivamente, durante toda la vida de la empresa.

El ciclo operativo de las empresas responde, en forma simplificada, a un esquema como el que se ejemplifica a continuación:

(i) se compran insumos y se mantienen en depósito por el término de 5 días.

(ii) Luego se aplican dichos insumos a generar el producto terminado cuyo proceso de elaboración consume un lapso adicional de 5 días.

(iii) El producto terminado se almacena, antes de su venta, por un nuevo lapso de 7 días y

(iv) se vende el producto otorgándose al cliente un plazo de pago de 60 días.

Como resulta fácil de advertir en el esquema propuesto, entre que se compran los insumos y se cobra la venta del producto terminado han transcurrido 83 días. Ahora bien, en ese lapso quizá puede ocurrir que la empresa tenga que ir cancelando obligaciones que venzan antes de que se hayan percibido las ventas realizadas. ¿Cómo se pagan esas obligaciones? Con el capital de trabajo.

El capital de trabajo entonces, en términos simplificados, es montante de fondos necesarios para poder mantener funcionando el ciclo productivo y para cancelar todas las aquellas obligaciones de la empresa que vayan venciendo con anterioridad a que se hayan percibido las ventas realizadas.

Bajo dicho esquema queda claro que la relación del capital de trabajo con los flujos de caja es inescindible: cuanto más corto sea el ciclo operativo de la empresa más rápido ha de percibir sus ventas, mejor ha de resultar el flujo de efectivo y mayor va a resultar la solvencia de la empresa. El objetivo del ciclo operativo es, entonces, conformar un proceso que genere suficiente excedente económico que permita el mantenimiento de un capital de trabajo que asegure un equilibrio económico razonable y que posibilite cumplir con las obligaciones a su debido vencimiento.[8]

Ahora bien, el problema generalmente se presenta, como adelantamos, cuando la empresa no puede generar suficiente liquidez debido que la velocidad de conversión de sus productos en dinero efectivo resulta menor que la velocidad con que se producen de los vencimientos que gravan el pasivo empresario. Desde el punto de vista financiero, ello supone que la evolución de los flujos de caja de entrada se ha producido a un ritmo inferior que el de los flujos de caja de salida. Es decir: Se debe pagar más rápido de los que se cobra.

Esta situación, cuando se generaliza en forma prolongada, sumerge a la empresa en la “cesación de pagos" la que puede resultar de naturaleza transitoria o, bien, de carácter definitivo.

En el primer supuesto, que es el que nos interesa a los fines de este trabajo, la calificación de “transitoria" estará dada, solamente, si la empresa puede arbitrar soluciones no gravosas para superar tales desequilibrios.

5. Las Causas de la crisis de la empresa [arriba] 

En materia de restructuración de la empresa se suele indicar que las causas de dicho fenómeno pueden ser de orden interno o de orden externo.

Como causa de orden interno se hace referencia central a la falta de idoneidad de cuerpo directivo el que, generalmente, se caracteriza:

(i) por cometer fallas en el planeamiento adecuado del negocio y en la implementación de los procesos de control del funcionamiento de la empresa,

(ii) por poseer una idea errada respecto de la situación financiera de la empresa y sus objetivos y,

(iii) por una falta de consciencia respecto de cuáles son sus deberes y su responsabilidades individuales y colectivas.

Tan importante resulta este factor en el deterioro empresario que, por lo general, en los procesos de restructuración de empresas una de las primeras medidas que se evalúa es si se debe proceder o no, al relevo de alguno o de todos los directivos que condujeron a la empresa hasta ese estado cosas.

Ahora bien, cuando se enumeran las causas externas que pueden provocar la crisis de la empresa se suele hacer referencia a ciertos factores que los directivos no están en condiciones de controlar, en forma directa. Ejemplo de ello puede resultar la aparición de un competidor más tecnificado, el surgimiento del comercio electrónico, el cambio de la política gubernamental en materia de exportaciones e importaciones, las devaluaciones, la inflación y consecuente distorsión de los precios relativos y otros seres de causales de naturaleza similar.

A todas las causas enunciadas se le pueden agregar, como factores no asociados a las vicisitudes del mercado, ciertas situaciones de excepcionalidad extrema como los son los desastres naturales o, como en el caso, una pandemia de magnitudes impensadas.

Este conjunto de factores, externos e internos, van a tener que ser minuciosamente analizados al momento de evaluarse la mejor manera de superar el desequilibrio financiero de la empresa, en orden a evitar su insolvencia definitiva.

6. Las medidas de Saneamiento posibles para restructurar las empresas en crisis como resultado de la pandemia causada por el COVID-19 [arriba] 

A medida que evoluciona la respuesta global al COVID-19, las organizaciones experimentan importantes desafíos operativos, financieros y de liquidez. En ese marco, la principal y diríamos que la única preocupación de los cuerpos directivos de las empresas no es otra que la proteger la liquidez.

La gravedad que supone la falta de recursos líquidos en la empresa se ve reflejada en un viejo adagio que afirma que, en los negocios, el único error irreparable es quedarse sin efectivo porque cuando uno se queda sin efectivo lo sacan del juego.

Como hemos visto, si la crisis de efectivo se prolonga demasiado tiempo puede resultar el fin de la vida de muchas empresas y sectores comerciales. La pandemia del COVID 19 ha acelerado y amplificado, de forma inconmensurable, dicha posibilidad.

Bajo semejante panorama, el esfuerzo del management empresario se debe concentrar en tomar todas las medidas protectorias que resulten posibles para salvaguardar los flujos de efectivo.

Entre tales medidas, la doctrina financiera[9] suele destacar, principalmente, las siguientes:

a) Controlar el efectivo con que cuenta

Para cumplimentar dicho objetivo lo primero que debe hacer la dirección de la empresa es preparar un pronóstico ajustado respecto de los flujos futuros de efectivo.

Hecho ello, para poder administrar el efectivo, de manera eficiente, la dirección de debe implementar los siguientes pasos:

(i) Centralizar el control de los pagos y cobros futuros, priorizado y programando los pagos de una manera tal que el efectivo disponible resulte ser el mayor posible;

(ii) Revisar, sobre bases diarias, el cumplimiento del pronóstico de ingresos;

(iii) Incrementar el nivel de autoridad respecto de aquellos que pueden aprobar los pagos y las compras.

b) Obtener mayor cantidad de efectivo de la propia actividad

En tiempo normales, ante una crisis de efectivo, se buscaría reducir los plazos de los créditos otorgados a los clientes y recuperar, lo más rápidamente posible, las cuentas a cobrar.

En la situación actual, ante la posibilidad de no obtener ningún cobro de parte de muchos deudores de la empresa, se debe procurar refinanciar tales acreencias pudiendo, quizás, implementarse una política de descuento por pago al contado o bien refinanciar dichas acreencias contra el pago una cifra importante al inicio.

c) Obtener más efectivos o créditos de otras fuentes

Esta posibilidad engloba:

(i) La venta de activos extrafuncionales no adscriptos a la actividad empresaria;

(ii) La obtención de nuevos préstamos bancarios o gubernamentales;

(iii) La obtención de inversiones de terceros que, entrando a valores en baja, vean una oportunidad de sostener tal erogación hasta el momento en que la actividad repunte y puedan obtener así un margen sustancial;

(iv) Proceder a evaluar la capacidad de la planta y maquinaria subutilizada y determinar si se puede alquilar dicho espacio o tales maquinas.

(v) Proceder a la venta de subsidiarias o de cualquier parte de su negocio que resulte separable de la operación principal.

(vi) Vender maquinaria no esencial.

d) Reducir y controlar los pagos

A tales fines se deberá proceder a:

(i) Recortar los gastos en marketing y publicidad que no resulte vital para la comercialización de los productos y servicios ofrecidos.

(ii) Reducir los gastos en Investigación y desarrollo evaluando debidamente el riesgo de perder proyectos o personal clave que sean vitales a largo plazo

(iii) Evaluar cualquier gasto planificado para mejorar la rentabilidad a corto o largo plazo.

(iv) Renegociar los pagos programados imposibles de cumplir. Es absolutamente imperioso cercarse al acreedor, dar señales de buena voluntad y mantenerlo informado de la situación.

(v) Reducir el stock de productos terminados (por ejemplo, mediante la venta de artículos antiguos o de lento movimiento).

(vi) Acelerar la terminación de los productos en progreso convirtiéndolos en productos vendibles y terminados.

(vii) Revisar la gestión de producción y frenar la elaboración de los productos menos rentables.

(viii) Cancelar o reducir cualquier pedido pendiente de materia prima, siempre que esto no produzca un problema contractual o riesgos inaceptables de desabastecimiento.

(ix) Devolver insumos innecesarios a los proveedores y procurar cambiar la modalidad de pago a recepción en consignación.

(x) Restructurar sus pasivos bancarios y comerciales y, según la dimensión de la empresa, planificar el canje de sus bonos y obligaciones emitidas por otros de más largo vencimientos y, de ser posible, con tasas de interés más acomodadas.

e) Mejorar las ganancias

Para mejorar cumplir tal objetivo fundamentalmente se requiere:

(i) Poner el máximo esfuerzo en aumentar márgenes mediante la mayor reducción posible de los costos de ventas.

(ii) Reducir los gastos generales, sobre todos los relacionados con partes del negocio que no reditúen.

(iii) Reducir los costos salariales mediante el ingreso en programas de crisis de empresa o despidos selectivos.

(iv) Subcontratar la producción si el margen de ingresos obtenidos con ello lo justifica.

(v) Reducir costos de asesoramiento profesional

(vi) Renegociar alquileres

(vii) Unificar la producción en una sola locación de modo de amortizar mejor los costos fijos y disminuir los costos variables asociados a aquello.

Todas las medidas precedentes deben ser ajustadas a:

(i) la situación puntual que presenta la empresa,

(ii) a la situación del sector al que pertenece aquella y

(iii) a la región en que desarrolla su actividad.

Ello, a su vez, debe estar iluminado por una comprensión meticulosa de la nueva situación del mercado debiendo advertirse, entre otras cosas, que es lo que está haciendo la competencia, como se están comportando las entidades financieras, que nuevo papel juega el comercio electrónico, que ayuda está brindando el gobierno y cuál es el nuevo estado de la demanda de los servicios que la empresa presta o de los productos que ofrece.

Solo bajo esa amplitud de perspectiva la dirección de la empresa va a estar en posición de seleccionar aquellas las medidas que resulten las más adecuadas para una exitosa restructuración de la empresa que les tocó dirigir, en tiempos de pandemia e incertidumbre exponencial.

7. Conclusión [arriba] 

El COVID-19 es un impulsor nato de la necesidad de las empresas de encontrar caminos para volver al ruedo y recuperar su estabilidad financiera.

Ante dicha circunstancia no dudamos en afirmar que el abogado, en su calidad de asesor empresarial, puede ganar una gran importancia relativa y utilidad frente a sus clientes si consigue una comprensión más acabada de los extremos financieros que gobiernan la reestructuración empresaria.

A nuestro modo de ver, una aproximación de tal tipo agudiza la perspectiva, mejora el dialogo con los operadores de la empresa, permite generar mejores respuestas y, sobre todo defender, con razones más elaboradas, los cursos de acción que, en el rol de asesores legales, nos toque llevar adelante durante los meses venideros.

 

 

Notas [arriba] 

[1] Para un panorama más amplio se puede abrevar en la obra Complex Adaptative Systems. John H. Miller and Scott E. Page. Princenton Studies in Complexity
[2] Gazzaniga Michael S. ¿Quien Manda Aquí? Págs 95 y 96, Paidos Transiciones.
[3] Bravo Monroy, R. (16 de Enero de 2008). Metodología para el análisis y desarrollo de sistemas complejos. Trabajo publicado en biblioteca virtual de la Universidad de Madrid
[4] Como ejemplo de ello se suele hacer referencia a el caso de Noruega y Suecia. El primero de esos países impuso una cuarentena rígida y si bien conseguí un número de infectados y víctimas fatales menor al de Suecia sin embargo la caída de su producto bruto y los guarismos de desempleo fueron mucho mayores que los de su país vecino. En Suecia, en cambio, tales índices mostraron valores inversos.
[5] La iliquidez es un proceso incontenible que no da tregua. En ese marco, agobiado por los compromisos del día a día, el empresario ve con buenos ojos cualquier recurso financiero que le permita postergar, aunque sea por unos días, el acoso de los acreedores. Esta situación ha dado lugar a la formulación de lo que se denomina la “alegoría del asador rotatorio”, conforme a la cual se considera al empresario en problemas como si estuviera expuesto, a fuego lento, en un asador y cualquiera que se le aproxime a refrescarle el lomo, es bienvenido, sin importar si dicha agua es pura, contaminada o excesivamente costosa.
[6] Bibeault, Donald B. Corporate Turnarround. Ed. Beard Books, pág. 27 y ss.
[7] Rueda Torres, Juan Antonio. Diagnóstico y Respuestas antes la Crisis Empresarial, pág. 54. Editorial Club Univesitario.
[8] Danovi Alessandro y Quagli Alberto en Gestione della crisi azinedale e dei processi di risanamento. Pág. 95 y ss.
[9] Blayney Mark, Turning a Bussines Around. Pág. 85 y ss. - Whitney, John O. Taking Charge. Pág. 22 y ss. Ed. BearBook. USA. -Slatter Stuart, Lovett David y Barlow Laura. Leading Corporate Turnaround. Pág. 95 y ss. Willey Editions. USA.