Lo que debe interpelarnos no es la muerte sino la indiferencia
Graciela L. Craig*
Es curioso observar como el virus, y con él, la posibilidad de la muerte, llevo al límite un modo de vida que, en definitiva, directa o indirectamente, todos aceptábamos e incluso alentábamos.
Dicho de otro modo, resulta llamativo que nos atemorice tanto el aislamiento social que impuso esta pandemia y que a mi juicio –con razón y justicia- decretó el gobierno para cuidar a la ciudadanía y evitar el colapso del sistema de salud, siendo que los encuentros cara a cara estaban en extinción y que la capacidad de escucha entre nosotros era cada vez menor.
Estamos conectados en las redes sociales o por celular. Una conexión ficcional que no trasmite toda la humanidad que nos caracteriza. Esa humanidad es la vida y la vida es real. Tiene rostro, late, siente, se angustia. En línea con ello, las preguntas que asoman, en principio, son ¿por qué escondernos detrás de una pantalla siendo la vida una oportunidad tan excitante? y, ¿por qué, pese a esa conexión virtual que el sistema capitalista imperante ideó y promovió estamos y nos sentimos cada vez más solos?
En mi opinión, lo que está sucediendo nos exige de manera urgente construir y reconstruir vínculos en todos los órdenes de la vida y no solo conexiones. La soledad nunca es comprometida y no lo es ni siquiera con ella misma. Y no lo es porque no puede vincularse, porque no se pregunta por el otro, ni por su situación. La conexión depende de la palabra y dura lo que dura enunciarla, mientras que el vínculo, además de palabras, está colmado de hechos e iniciativa.
Es el otro el que le otorga sentido a nuestra existencia y, por lo tanto, al de todas las instituciones creadas por el ser humano. El Estado, en primer término.
Momentos como estos, resignifican al otro, a los vínculos con los otros. Nos dan cuenta de que sin los demás no podemos vivir y es en este punto donde, a mi modo de ver, estamos llamados muy especialmente a una reflexión sobre la importancia de la solidaridad entre nosotros mismos y del rol del Estado y de su función social y de cómo al Estado lo construimos entre todos.
Ahora bien, el aplauso masivo y merecido que recibieron los trabajadores de la salud por parte de la población hace unos días con motivo de la pandemia originada por el coronavirus representa sin duda un gesto que emociona y que nos une como sociedad pero no deja de ser eso: un gesto de agradecimiento que - en realidad - traduce un desesperado pedido de auxilio y socorro frente a lo terrible del acontecimiento viral que nos ha dejado perplejos. Pero ello no alcanza, no resulta suficiente. El verdadero reconocimiento a su trabajo y a la importancia del mismo para el conjunto de la sociedad, consiste en brindarles las condiciones dignas en las que puedan desarrollar su trabajo y una remuneración igualmente digna y justa por el mismo.
Para ello, la historia y este virus en particular, nos demuestra que solo un Estado presente y activo, pueden concretar - dentro, por supuesto, de lo que la crisis permita - dichas condiciones, y fundamentalmente es quien puede contenernos y socorrernos frente a semejante crisis activando, además de la señalada, todas las políticas públicas a su alcance para ponernos al cubierto de un posible daño a la salud que nos lleve a la muerte.
Pero claro, ese modelo de Estado no puede ser bien visto solo cuando la urgencia aqueja. Más precisamente cuando, como ahora, nos corre la muerte. Esto también cabe ponerlo de resalto ya que para algunos – una pequeña minoría - una vez en resguardo gracias al rescate estatal, salen a exigirle que no intervenga, que deje hacer. En fin, que no haga nada ya que todo lo hace la “libertad de mercado”. La gran ficción capitalista.
Frente a tal estado de excepción se hace preciso entonces poner orden y memorar las prioridades:
Al respecto, la Doctrina Social de la Iglesia, ha sido particularmente clara en recordar una serie de primacías que se producen en el tema del trabajo y que nos las recordara Juan Pablo II”:
- Primacía del ser humano sobre el trabajo.
- Primacía de la persona sobre las cosas.
- Primacía del trabajo sobre el capital.
- Primacía del destino universal de los bienes sobre el derecho de apropiárselos.
- Primacía del ser sobre el tener.
En el marco excepcional de la crisis sanitaria y humanitaria que estamos atravesando, se torna imperioso respetar las prioridades anotadas, las que, junto con los fines protectorios que nutren e informan a todo el derecho del trabajo, deben constituir un faro que ilumine la solución de cada conflicto laboral que inevitablemente habrá de suscitarse.
La pandemia desatada por este virus al que algunos sugieren como creado adrede por China, otros, en cambio, atribuyen su origen a EEUU, mientras que un sector no menos importante se lo endilga a Rusia –vaya integración- también evidencia que la idea de pensar al mundo como una “Aldea Global” fracasó. No solo porque no es real sino porque además es injusta.
Somos todos diferentes y es esa diversidad la que nos enriquece. Aprender a respetar lo distinto es un valor que curiosamente la globalización no solo no ha conseguido sino que incluso ha tendido a eliminar. En forma encubierta, claro.
Hay mucho miedo a ser distinto y a lo distinto. Siempre lo hubo. Pero: ¿Qué es ser distinto?, ¿Qué es lo distinto? ¿El pensamiento propio? ¿Tener capacidad crítica? El sistema capitalista coloniza, homogeniza y hegemoniza el pensamiento humano. Así domina. Para ello, se vale centralmente de los medios masivos de comunicación, los que son funcionales a él y están a su servicio.
Al respecto, me parece gráfico lo expuesto por un periodista sobre: “…El efecto contagio que tienen las opiniones……No hay diferencia entre crisis real y la crisis percibida. Si es percibida es real, y con eso tienen que lidiar los gobernantes…”
Baste un ejemplo para exhibir la inocultable construcción mediática de la realidad. De repente, para los medios de nuestro país, Argentina pasó - por unos días - de ser un país desastroso a un país modelo. ¿Cuál de las dos versiones será la real y cuál la percibida? ¿Somos un desastre? ¿O somos un modelo a seguir? ¿O ambas dos?...
Sin perjuicio de que ninguna de las dos afirmaciones resulta exacta, lo que en verdad se intenta destacar aquí es como el discurso mediático actual va a contramano de las prioridades que pusiera de relieve más arriba.
En efecto, pretende instalar en la sociedad un mensaje - en forma de dilema - consistente en que es más importante que el Estado proteja la economía antes que la salud, como si ello tuviera algún sentido (humano).
De lo que se trata, en realidad, es de diseñar el argumento en base al cual las grandes empresas van a intentar justificar futuros despidos. El carácter mediático de dicha construcción discursiva encuentra su razón de ser en la intención de que tales medidas cuenten con cierta legitimación social.
Como consecuencia de tener un Estado presente, la respuesta no se hizo esperar y de inmediato el discurso presidencial expuso la situación real. Esto es, de que el sector en cuestión ganaría menos como consecuencia de la crisis sanitaria actual pero no perdería.
Sean cuales fueren las respuestas a los distintos interrogantes, lo cierto es que, aún si las tuviéramos, no las podríamos vivir. Pero sí, podemos vivir las preguntas. Y este es el momento de hacerlas. Estamos interpelados a hacerlas. El camino de la indagación es el único que nos va a permitir elaborar nuestros propios criterios específicos sobre cómo interpretar la realidad y sobre cómo queremos vivir y a dónde queremos ir, ya que quien no lo sabe, termina en cualquier parte.
El otro valor tan exaltado por la globalización es el de la solidaridad. Baste al respecto atender al discurso del presidente Servio sobre la solidaridad europea para entender que a la hora de la verdad dicha región activó el triste protocolo del “sálvese quien pueda”.
El coronavirus demostró que la globalización basada en el neoliberalismo está agotada y que, en su lugar, están resurgiendo - con más fuerza e ímpetu que nunca - las ideas de soberanías y nacionalismos cuyos contenidos están dados por la identidad cultural de cada pueblo.
Llego el momento entonces de desglobalizar y, por lo tanto, de volver a la fuente, a la que, en nuestro caso, nos define como argentinos y argentinas. Volver supone revisar y repensar por ende qué es esto de ser argentinos y si debemos realizar modificaciones a nuestra forma de ser, y de ser así, cuáles serían y por qué, y actuar en consecuencia.
El virus y su impacto en todos los aspectos de la vida es una interpelación a vos, a mí, y a todos nosotros como personas y como ciudadanos a cambiar de rumbo, de paradigma, de modos de producir, de cómo estamos viviendo, de cómo nos relacionamos y quiénes queremos ser como individuos y como sociedad.
Y no puedo dejar de señalar lo preocupante del mensaje expresado por un sector de la sociedad a través del ruido de cacerolas en la noche del 30 de marzo pidiendo se bajen los sueldos de los políticos. Son estos políticos los que están al frente de los ministerios y de los organismos en la lucha contra la pandemia. No escuche en el pedido que se les pida un aporte a las compañías eléctricas, a las mineras, a los bancos y a quienes han tenido ganancias exorbitantes en los últimos años. El mensaje es claro al gobierno recordándole donde está el poder real.
La pandemia desatada por el coronavirus nos dejó expuestos como sociedad. Para bien y para mal. Y nos mostró que estamos muy solos y que esa soledad –que hemos elegido, directa o indirectamente- nos hizo perder registro del otro y, por lo tanto, de nuestra propia humanidad.
Cualquiera sea la conclusión a la que arribemos, lo cierto es que como expresa el poema, nosotros, los de antes, ya no somos los mismos (por suerte).
* Jueza CNAT - Bs.As. Presidenta de ANJUT.
|